viernes, 1 de abril de 2011

Cuarenta días


Estamos viviendo el tiempo litúrgico de Cuaresma. Cuarenta días con un significado especial, que nos llevarán paso a paso desde el miércoles de ceniza hasta el jueves santo, para desembocar en otro tiempo: el Triduo Pascual: Viernes Santo, Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección del Señor. La Pascua.
Probablemente ya hemos vivido, a lo largo de los años, muchas cuaresmas, algunas mejor aprovechadas, otras quizás ignoradas.
Pero estoy seguro que a la mayoría de nosotros, peregrinos, se nos ha pasado por alto preguntarnos: ¿y porqué cuarenta días? ¿es este solamente un tiempo arbitrario que nos acerca poco a poco a la Pasión, muerte y Resurrección del Señor?

El significado del número 40 en la Biblia

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, que seguido de ceros significa un tiempo de nuestra vida en la tierra (individual o colectiva), seguido de pruebas y dificultades que culminan generalmente en un logro o en una resolución de acuerdo a la voluntad de Dios.

Cuarenta es el número de la prueba, examen y ensayo. Su significado se ilustra claramente en la vida de Moisés, el libertador y caudillo de Israel. Pasó 40 años en Egipto, 40 años con las ovejas de Jetro en el desierto y 40 años en el servicio de Dios. Ocupó 40 años en desarrollar sus capacidades naturales, 40 años en aprender su incapacidad y 40 años para aprender que Dios es Todopoderoso.

Al rey Saúl, Dios le concedió 40 años para probar que era digno de ser el escogido de Israel, y en estos años pecó contra todos: Samuel, David, Jonatán y aún contra Dios y su Palabra.

En el Libro del Génesis 7,12 también se narra el número de otra prueba: el Diluvio Universal. Llovió 40 días y 40 noches sobre la tierra. Dios juzgó la tierra y probó a Noé.

En el Ex. 24,18, Moisés estuvo en el monte Sinaí 40 días y 40 noches para recibir la Ley.

Jonas entró en Nínive pregonando: «De aquí a cuarenta días Nínive será destruida».

Por último, Nuestro Señor Jesús, el Cristo, fue llevado por el Espíritu al desierto por 40 días en los cuales ayunó y oró, y luego fue tentado por el demonio, el adversario. Estuvo 40 días con sus discípulos en la tierra después de Su resurrección. Y 40 años después de su crucifixión sucedió la destrucción de Jerusalén.

Todo lo antedicho demuestra claramente la intencionalidad de este número. Cuarenta en definitiva significa el paso de la esclavitud a la libertad, mediante la purificación, o el fracaso de quien lo experimenta, como el rey Saúl.

Un puente de plata entre dos mundos

Siempre he pensado que Dios, al crear al hombre, no sólo lo hizo como un individuo con un componenete material y otro espiritual, vinculados misteriosamente por sus designios. (Esto sin duda lo explica mucho mejor el Doctor Angélico), sino que dicha vinculación también significa una puerta que se abre en dos sentidos, de un mundo al otro, o para utilizar una metáfora mejor aún, el hombre, desde este punto de vista, no es ni más ni menos que un puente de plata, un camino de ida y vuelta entre el espíritu y la materia, con efectos claros y palpables en el resto de la creación.
Esto se condice totalmente con su rol primigenio de señor de lo creado, a quien Dios le ordena poner un nombre a cada cosa, para denotar la sujección a esta nueva criatura.

Que la Cuaresma comience con un núero 4 significando lo material y acabe representando no sólo la epopeya de un pueblo que sale de la esclavitud hacia la libertad, sino que en el camino debe purificarse con numerosas pruebas espirituales además de materiales; la primera de ellas la Fe o la falta de ella, no es casualidad.

El camino del peregrino en Cuaresma.

La Cuaresma para el peregrino comienza aligerando las alforjas: ayuno, abstinencia y mortificación, no son palabras medioevales sino actitudes concretas para quien quiera templar su alma y volar. Así pues, el peregrino deberá viajar aún más ligero que de costumbre.

Lo segundo que con-viene es la conversión. Seguramente me dirán: ¡pero yo soy un converso! Pero la conversión para el peregrino nunca se termina, mientras mantenga su condición de tal. Recién en el triunfo final, adonde acaban todos los caminos ya no habrá necesidad – ni posibilidad- de convertirse.

Lo tercero y principal consiste -no en recordar- sino en vivir el primer mandamiento (Deut 6, 4). Sabiendo que con nada podremos pagar la deuda de amor que tenemos con Él, no nos queda sino abajarnos, adorar Sus juicios y correponderle con nuestras pequeñas y mezquinas almas de peregrinos. Entregarlas enteras, sin retacear siquiera un rincón oscuro.

Por último, la práctica del segundo mandamiento: amar a nuestro prójimo como Él nos amó.
Esto significa para el peregrino: tener entrañas de misericordia para toda miseria humana, amar al que se nos presente en el camino sin esperar recompensa, solamente por amor a Dios, sea este de cualquier condición: peregrino, ateo, anarquista, judío, musulmán o simplemente un ratón gris de ciudad.

He aquí las estaciones -como un via crucis- del camino que transitamos en Cuaresma.
Si caminamos cumpliendo nuestro derrotero, haciendo lo que debemos – que al fin y al cabo en esto consiste la libertad moral- llegaremos por fin al tránsito, al pessaj, al pasaje. ¡A la Pascua de Resurrección!
Moriremos y resucitaremos con Cristo hasta el año próximo. O hasta que Él vuelva.

¡Maran atha!