lunes, 17 de septiembre de 2012

Un peregrino falsario


Visitó la Argentina Sri Sri Ravi Shankar, quien además de llevarse $20 millones, agravió gratuitamente a la Iglesia Católica y nos enseñó a respirar para conectarnos con nosotros mismos.


El arzobispo de La Plata y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Sociales y Políticas, monseñor Héctor Aguer, se refirió en su ya acostumbrada reflexión semanal a “La meditación cristiana y la otra”.

“Un notable pensador del siglo XX -comenzó diciendo-, el doctor Viktor Frankl, psiquiatra, creador de la Logoterapia, planteó que el problema principal del hombre contemporáneo, el hombre de su siglo y del nuestro, es el vacío existencial. Sostenía, por tanto, que la cuestión fundamental de nuestra cultura es la pérdida del sentido, el sentido de la vida humana, el sentido de nuestro origen y de nuestro fin. Especialmente el doctor Frankl planteaba la necesidad de nuestra relación con el fundamento trascendente, que otorga sentido a todo lo que existe”.

Comentó que “si ese es un dato de la cultura contemporánea, hay que notar también que existe un dato paralelo: el intento de escapar por la tangente –digamos así- y de colmar ese vacío mediante la búsqueda de religiones alternativas y de una espiritualidad vaga, genérica, que podríamos calificar de light”.

Y añadió que “el ideal sería sentirse bien”, porque “el ansia de felicidad del hombre tiene que ver con la colmación de un vacío existencial, con el hallazgo del verdadero sentido de la vida; no se reduce al sentirse bien. Para asegurar la percepción subjetiva de sentirse bien se difunde una especie de religión alternativa, una vaga espiritualidad, sin verdades dogmáticas, sin preceptos morales, sin culto, sin la referencia a Dios, a un Dios personal”.

Advirtió que “como alternativa de la fe y de una religiosidad digna de ese nombre, esa propuesta pseudoespiritual adopta distintos tipos de prácticas” y que “la más difundida y la más light de todas es una cierta versión de la meditación que consistiría en una técnica psicofísica de respiración, con la que ya se llegaría al estado de plenitud, a ese sentirse bien que es lo que busca el hombre agitado y consumista de la gran ciudad, que impone a sus habitantes un ritmo de vida vertiginoso y que no deja pensar”.

“En realidad, ese ejercicio no conecta con nada ni con nadie. A no ser con el mismo sujeto. En todo caso consiste en un mirarse espiritualmente el ombligo, para decirlo de una manera grotesca”.

“Además quiero explicar rápidamente que esa respiración presuntamente meditativa no tiene nada que ver con la meditación cristiana. Meditación es un término clásico de la espiritualidad cristiana y esa realidad es el momento clave podríamos decir, en el camino de la oración. El camino de la oración comienza con la escucha de la Palabra de Dios, con su lectura hecha con fe, como un medio de la búsqueda de Dios. Muchos cristianos practican frecuentemente la lectio, una lectura orante de la Palabra de Dios”.

“La meditación consiste en confrontar la Palabra de Dios con la propia vida para dejarse interpelar por esa Palabra de Dios y para responder a ella con la adhesión de fe. En ese sentido, la meditación es el momento clave y central porque nos encamina a la contemplación, es decir, a la oración entendida como comunión con Dios, con un Dios personal que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

“La meditación cristiana no es un camino solipsista, de aislamiento, alternativo de la pertenencia a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia. Tampoco reemplaza al culto, a los sacramentos, sino que al contrario, la oración y la meditación se alimentan en los sacramentos de la Iglesia. No se trata de un proceso meramente natural, de técnicas físicas o psíquicas, sino que se vincula íntimamente con nuestra condición de bautizados y con el crecimiento en nosotros de la gracia de Dios, con el avance en el camino de la comunión con Dios”, puntualizó monseñor Aguer.

Y afirmó que “la espiritualidad, en sentido cristiano, no es un fenómeno simplemente natural; tiene que ver con el Espíritu Santo, con la comunicación a nosotros de la vida de Dios por la gracia y por los dones del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien nos hace reconocer a Jesús como Señor, como Dios verdadero, como centro de toda nuestra vida y el que nos encamina al Padre. De hecho podemos llamar a Dios Padre porque tenemos el Espíritu del Padre y del Hijo”.

“Allí está la verdadera espiritualidad, la fuente de una meditación en serio cuyo objetivo no es simplemente sentirse bien, ni mirarse uno mismo y adoptarse a uno mismo como referencia absoluta de la vida, sino entrar en comunión con Dios. Allí, entonces sí nos encaminamos hacia la recuperación del sentido, la colmación del vacío existencial. Ese es el camino que no excluye la cruz, pero que nos orienta a la verdadera felicidad”, concluyó.+

sábado, 7 de julio de 2012

Tres peregrinos sedentes


Un día, un peregrino avanzaba por un sendero muy parecido al que muestra la foto que encabeza este blog.

A pesar de ser un hombre avezado en el Camino, y haber superado noches negras, silencios sin respuestas aparentes, tormentas espirituales, tentaciones, el peregrino no pudo menos que sorprenderse al encontrar -en fila- a lo largo de cortos trechos, tres peregrinos sentados en sendas piedras planas, que parecían puestas allí ad hoc.

La característica del verdadero peregrino es la marcha. A pesar de ello, quizás, por la sorpresa y la curiosidad que le suscitaron los tres personajes, hizo que el viajero detuviera por un momento su andar y se dirigiera al primer sedente. Pensaba además que quizás necesitaban ayuda.

-Buenos días, dijo, en tono amistoso: ¿acaso puedo ayudarte en algo?
El otro contestó con voz rasposa:

-No puedes ayudarme en nada. El camino ya no tiene sentido para mí, pues he perdido la Fe. Creo que no llegaré nunca a nada, por más que me esfuerce.
¿Qué decir a una persona que brinda semejante respuesta? El caminante contestó “oraré para que el Espíritu Santo te otorgue el don de la Fe” Y se alejó, entristecido.

A poco de andar, se encontró con el segundo sedente. Al repetirle la pregunta efectuada al primer hombre sentado, este contestó:

-No puedes ayudarme en nada. Yo no he perdido mi Fe, y creo firmemente con mi inteligencia en las enseñanzas recibidas. Pero he encontrado que la Fe que me ha sido dada por los sacramentos ha perdido su eficacia. No llegaré a ninguna parte.

El caminante se lamentó en alta voz con su interlocutor, solidarizándose con su desgracia, y le dijo:

-Oraré para que tu Fe vuelva a vivir en ti.

Y prosiguió su camino.

Al encontrarse con el tercer sedente, le efectuó la misma pregunta que a los anteriores. El hombre le contestó:

-Mi corazón se ha secado. Ya no siento nada, y el Camino ha dejado de tener sentido. Creo que moriré aquí sentado.

El Caminante Peregrino también se solidarizó con él, y le dijo:

-Que el Corazón de Jesús en quien confío, te otorgue una llama de su amor.

El Caminante se alejó, entristecido por sus hermanos peregrinos que habían quedado en el Camino, y reflexionando sobre lo visto y vivido.

Tanto oró, y tanto reflexionó sobre estos tres hombres sedentes, que la anécdota se transformó en una historia que nuestro caminante peregrino se encargó de transmitir de boca a boca a cuantos otros se cruzaba en el sendero.

Para cuando llegó a mí, ya tenía moraleja, y es esta:
La responsabilidad de los tres era evidente, pues Cristo nos exige una disposición interior para poder obrar. Esta disposición interior comienza con la humildad (Mat. 8:5-13). Este es el elemento común a los tres personajes.

Respecto del primero, la Fe no es una “cosa” que se extravía, es un don que se cultiva e incrementa por la oración, por las obras de piedad y misericordia.

Quizás el obstáculo principal para conservarla es no considerar a ella un tesoro precioso, digno de cualquier sacrificio, hasta el martirio.

Para algunos es simplemente un supuesto de vida, algo que está allí y que no hace falta cuidar. Parecieran creer que la Fe se ocupa de sí misma.

Para mantener la Fe es necesaria la asiduidad con la Eucaristía y una necesidad de reparación continua al Corazón amantísimo de Jesús, que supone penitencia y amor de nuestra parte.

El segundo sedente aparentemente piensa que la Fe ha perdido su eficacia. Esto ocurre a menudo, cuando la Fe se intelectualiza de tal forma que ya se ve transformada en un mero conocimiento. No es que ha perdido su eficacia: es que no es fe. ¡Cuántos miembros de la Iglesia entran en esta categoría!

El mejor de los teólogos puede carecer de Fe. Ya lo dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes (Is. 29,14).
El presupuesto de la Fe verdadera es que la misma de por sí es indemostrable: se cree o no se cree. No obstante, puede acrecentarse por el estudio de la Escrituras y su reflexión sistemática, a condición de no ser transformada en “ciencia”.

Quizás el drama del tercer sedente es el mayor: “mi corazón se ha secado”, dice. Ya no cree con el corazón, el órgano por excelencia del hombre religioso.
Existen varias respuestas al resecamiento del corazón, pero la principal razón de este fenómeno es el egoísmo.

Sin darse cuenta, en su corazón Cristo ha dejado de ocupar el lugar principal. Su egoísmo lo ha llevado a ser él el protagonista de su historia. Es un ser auto suficiente, donde no se da el milagro de la Eucaristía: ser cada vez menos “nosotros”, y cada día más Él.

Es un pobre hombre a la deriva, que con frecuencia busca otros afectos relacionados consigo mismo, para auto satisfacerse. Mientras tanto, se da cuenta que cada vez puede amar menos, hasta que deja de importarle.

De ahí que se deje morir en el Camino. Ese sector del Camino, es todo lo que puede ver y todo lo que le queda. Para él la realidad comienza y termina hasta donde alcanza su corta vista.

Se han olvidado del salmo: (27:4-13)
Pero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.

In te Domine speravi.

jueves, 31 de mayo de 2012

Peregrinando desde 1810

A los peregrinos de la República Argentina especialmente, y a otros peregrinos de otros países también, nos puede servir este extracto de la homilía que pronunció el Sr. Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina, en ocasión del "Te Deum" al que no asistió ni la Presidente ni el Jefe de Gobierno de la Ciudad.
Al que quiera leer la totalidad del mensaje, que no tiene desperdicio, lo remito al siguiente vínculo:

"Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades de los hombres, nuestros padres de Mayo, con sus muchas diferencias y errores, apostaron a la confianza mutua que es raíz y fruto del amor. La confianza de poder poner las bases para conducir nuestro propio destino y todo lo que simbolizamos como Patria y Nación. Y sin enunciados previos, un verdadero amor social se fue dando en el sacrificio diario de la construcción de esta Nación. Sangre y trabajo, renuncias y destierros llenan las páginas de nuestra historia. Aun oponiéndose el odio fratricida y las ambiciones particulares que traban y atrasan, no hacen sino confirmar que el amor a aquel proyecto fundante iba llevando a cabo este sueño de ser argentino. Inconcluso o truncado, herido o debilitado, el sueño está ahí para seguir siendo realizado y el Evangelio que hoy nos ilumina nos recuerda el amor fundante.

Un amor que exige “todo tu corazón y tu alma, tu espíritu y tus fuerzas” porque Jesús sabe, como lo sabían los sabios de Israel, que quien ama así a Dios no teme hacerlo con los demás, le sale solo y ligero. Los que aman con todo su ser, aun llenos de debilidades y límites, son los que vuelan con ligereza, libres de influencias y presiones. Quien no ama de “corazón y espíritu” se arrastra pesadamente entre sus especulaciones y miedos, se siente perseguido y amenazado, necesita reforzar su poder sin parar ni medir las consecuencias.

Jesús no da sólo un mandamiento en el sentido más común de la palabra sino que proclama la única forma de fundar un vínculo y una comunidad que sea humanizadora: el amor gratuito, sin reclamos, que es consistente por convicciones, que siente y piensa a los otros como prójimos, es decir como a sí mismo. Es cierto que resulta difícil encontrar un ser humano que no sienta la necesidad, la carencia o el deseo dirigido al amor, pero también es verdad que nuestras limitadas condiciones siempre lo estrechan y repliegan a los propios intereses. El amor que propone Jesús es gratuito e ilimitado y por ello muchos lo consideran, a El y su enseñanza, un delirio, una locura y prefieren conformarse con la mediocridad ambigua… sin críticas ni desafíos. Y esos mismos predicadores de la mediocridad cultural y social reclaman, cuando sus intereses se ven afectados, actitudes éticas  por parte de los demás y de las autoridades. Pero ¿en qué se puede fundar una ética sino en el interés que “el otro” y “los otros” me despiertan desde el amor como convicción y actitud fundamental?, es decir desde esta “locura” que Jesús propone.

Esta “locura” del mandamiento del amor que propone el Señor y nos defiende en nuestro ser aleja también las otras “locuras” tan cotidianas que mienten y dañan y terminan impidiendo la realización del proyecto de Nación: la del relativismo y la del poder como ideología única. El relativismo que, con la excusa del respeto de las diferencias, homogeiniza en la transgresión y en la demagogia; todo lo permite para no asumir la contrariedad que exige el coraje maduro de sostener valores y principios. El relativismo es, curiosamente, absolutista y totalitario, no permite diferir del propio relativismo, en nada difiere con el “cállese” o “no te metas”.

El poder como ideología única es otra mentira. Si los prejuicios ideológicos deforman la mirada sobre el prójimo y la sociedad según las propias seguridades y miedos, el poder hecho ideología única acentúa el foco persecutorio y prejuicioso de que “todas las posturas son esquemas de poder” y “todos buscan dominar sobre los otros”. De esta manera se erosiona la confianza social que, como señalé, es raíz y fruto del amor.

Jesús, en cambio,  manifestó el poder del amor como servicio. Por más que se lo destruya el poder del amor como servicio siempre resucita. Su fuente está más allá de toda indicación humana; es la paternidad amorosa de Dios, fuente inalcanzable e incuestionable. El amor procurado por uno al otro hace que éste no sea manipulado ni malintepretado. Sólo lo superior, el amor de Dios, afianza el poder de Jesús.
Nosotros somos invitados a refundarnos en la soberanía del amor simple y profundo, del amor que hoy escuchamos en el Evangelio, mandamiento que anuda el amor de Cristo y de Dios Padre en los vínculos y la dignidad de los otros amados como “a nosotros mismos”. Pero, en cambio, cuando se utiliza el nombre de Dios para someter y violentar, o a cualquier otra entidad real o ideológica para lo mismo, se cae en pura idolatría y, cuando lo hacemos, no obramos como El obra con nosotros."

domingo, 20 de mayo de 2012

La Ascensión del Señor

Peregrinando hacia arriba

 "El Señor Jesús, después de haberles dado sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido, ascendió al cielo "... Los miembros del Cuerpo de Cristo deben seguir a su maestro, su cabeza, que ascendió hoy. Nos precedió, para prepararnos un sitio (Jn 14,2), a nosotros que lo seguimos, de modo que pudiéramos decir con la novia del Cantar de los Cantares: "Correremos en pos de ti" (1,4)...

        ¿Queremos seguirlo? Debemos también considerar el camino que nos mostró durante treinta y tres años: camino de pobreza y de indigencia, a veces muy amargo. Debemos seguir completamente el mismo camino si queremos ascender, con él, por encima de los cielos. Aunque todos los maestros hayan muerto y todos los libros quemados, encontraremos siempre, en su vida santa, una enseñanza suficiente, porque él mismo es el camino y no otro (Jn 14,6). Sigamoslo pues.

        De la misma manera que el imán atrae el hierro, así Cristo misericordioso, atrae todos los corazones que ha tocado. El hierro atraído por la fuerza del imán se levanta por encima de su ser natural, pasa por encima, aunque esto sea contrario a su naturaleza. No se detiene hasta que él mismo se haya elevado. Así es como todos aquellos que son atraídos en el fondo de su corazón por Cristo, no retienen más la alegría ni el sufrimiento. Ascienden hasta él...

        Cuando no se es atraido, no hay que imputárselo a Dios. Dios toca, empuja, advierte y desea por igual a todos los hombres, quiere por igual a todos los hombres, pero su acción, su advertencia y sus dones son recibidos y aceptados de un modo muy desigual... Amamos y buscamos otra cosa distinta a él, he aquí porque los dones que Dios ofrece sin cesar a cada hombre quedan a veces inútiles... Podemos salir de este estado de alma sólo con un celo valiente y decidido y con una oración muy sincera, interior y perseverante.

de  Juan Taulero (v. 1300-1361), dominico en Estrasbourgo
Sermón 20, 3º para la Ascensión

martes, 8 de mayo de 2012

En su día, oración a la Santísima Virgen de Luján, 
Patrona de la Argentina y Madre de los Peregrinos

Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria; hoy alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia tí... Madre de la Esperanza, de los pobres y de los peregrinos, escúchanos...
Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo. Ilumina nuestra patria con el sol de justicia, con la luz de una mañana nueva, que es la luz de Jesús. Enciende el fuego nuevo del amor entre hermanos.
Unidos estamos bajo la celeste y blanca de nuestra bandera, y los colores de tu manto, para contarte que: hoy falta el pan material en muchas, muchas casas, pero también falta el pan de la verdad y la justicia en muchas mentes. Falta el pan del amor entre hermanos y falta el pan de Jesús en los corazones.
Te pedimos madre, que extingas el odio, que ahogues las ambiciones desmedidas, que arranques el ansia febril de buscar solamente los bienes materiales y derrama sobre nuestro suelo, la semilla de la humildad, de la comprensión. Ahoga la mala hierba de la soberbia, que ningún Caín pueda plantar su tienda sobre nuestro suelo, pero tampoco que ningún Abel inocente bañe con su sangre nuestras calles.
Haz madre que comprendamos que somos hermanos, nacidos bajo un mismo cielo, y bajo una misma bandera. Que sufrimos todos juntos las mismas penas y las mismas alegrías. Ilumina nuestra esperanza, alivia nuestra pobreza material y espiritual y que tomados de tu mano digamos más fuerte que nunca: ¡ARGENTINA! ¡ARGENTINA, CANTA Y CAMINA!

miércoles, 15 de febrero de 2012

El Peregrino ciego


Evangelio según San Marcos 8,22-26.

Este pasaje de la Buena Nueva nos muestra a Jesús, nuevamente, curando a un ciego.

La exégesis tradicional – y con razón- enseña que las curaciones de Jesús en los Evangelios se refieren frecuentemente a privaciones de los sentidos: los mudos hablan, los ciegos ven, como una referencia directa al estado de integridad perdido por Adán y Eva luego del pecado original, y que Cristo -nuevo Adán- viene a restaurar.

La intención de este post, es agregar un nuevo tema de meditación, contemplando la misma narración desde la óptica del Peregrino.

Dice el texto que: “(Jesús) tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo”

En este sencillo gesto, es posible distinguir por parte del ciego dos actitudes: en primer lugar, se dejó tomar de la mano confiadamente por el Maestro (tenía la Fe que Dios pide a todo aquel que va a recibir de Él una gracia especial), aún cuando no sabía dónde lo conducía. En segundo lugar, (fundamental desde la óptica del Peregrino), se puso en marcha.

¿No es esta la mejor actitud de un aspirante a peregrino? Dejarse llevar por la mano de Jesús, aunque no sepa dónde va.

Luego, el Maestro le devuelve la vista y lo envía a su casa. Devolverle la vista a un peregrino equivale a abrir para él un mundo nuevo, un mundo donde cualquier viajero pueda ver y encontrar su camino.

Por último, le indica que no vuelva a Betsaida. Y esto tiene una doble lectura: pues esta ciudad se caracterizaba por su poca fe: Mateo 11:21 y Lucas 10:13 (οὐαί σοι, Χοραζίν, οὐαί σοι, Βηθσαΐδά). Pero como indicación directa a un peregrino, el mensaje es más que claro: ¡peregrino, no vuelvas al punto de partida!

Espero que esta pequeña reflexión pueda constituirse en el germen de una pedagogía mayor sobre el peregrinaje espiritual.

AMDG

viernes, 27 de enero de 2012

Voz del Silencio

El camino del peregrino es un camino de silencio: ¿cómo anunciar al mismo tiempo la Buena Nueva?
A continuación, una reflexión del Arzopbispo Castrense de España, monseñor Juan del Río Martín:
  Nos encontramos en la “contracultura del ruido”: el silencio se ha convertido en un bien escaso, costoso y poco apreciado. Benedicto XVI nos sorprendió en el día de san Francisco de Sales, patrón de los periodistas, con un original mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, donde pone de manifiesto que los nuevos evangelizadores serán buenos comunicadores si saben integrar “silencio y palabra” como elementos integrantes y necesarios en el anuncio de la Buena Noticia en la actual cultura mediática.
La comunicación moderna está saturada de verborrea. En las innumerables tertulias sobre cualquier tema, los participantes se pisan unos a otros en el tomar la palabra, la fragmentación del discurso es patente, y la síntesis final es difícil de hacer o no interesa a nadie. Como dice el Papa: “el hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencia de vida”. El cruce de opiniones debe estar motivado por la búsqueda de la verdad y ello exige el silencio para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. “Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de ecosistema que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.
Eso mismo es necesario recuperarlo a nivel religioso y litúrgico donde digamos que “el micro” lo invade todo, ahogando la participación personal y profunda de cada uno. ¿No se habrá olvidado que el Concilio nos dice que el silencio es parte de la celebración (SC 30)? A veces, el mismo silencio es la mejor oración y el discurso más elocuente. Precisamente, la comunicación más válida surge desde el silencio.
El silencio es concentración, inmersión en sí mismo, unificación de todos los niveles del ser, porque desde la dispersión de la propia persona no se puede decir nada que valga la pena. Hay un silencio vacío que dice ignorancia, aburrimiento, apatía, miedo, cobardía... Y hay un silencio fecundo que proclama presencia, apertura, paz, maduración, espera. De ahí, brota la verdadera comunicación tan necesaria en la sociedad de la Red. Pero también, en este preciso reencuentro con el silencio sonoro de la escucha, surge la experiencia íntima y personal que se llama oración, que no es otra cosa que entrar en comunicación con Dios.
El silencio no es sólo callar. No es pasividad, ni indiferencia o ausencia. No es un sedante psicológico. El silencio es presencia, acogida, atención, reflexión, resonancia, interiorización del Misterio, espacio de libertad para la actuación del Espíritu. Para descubrir la riqueza del silencio es necesario saber callar, saber escuchar, saber recogerse y hacer vacío, dejar que resuene interiormente la palabra escuchada o leída, la fascinante imagen visual o la misma plegaria de la comunidad.
Ahora bien, para orar no basta callar exteriormente. Es el silencio interior el que permite entrar en uno mismo, meditar, concentrarse, de modo que la voz del Espíritu pueda tener plena resonancia en nosotros. Es mayor estorbo el ruido interior que el exterior, porque sucede como al caminar: molestan más las piedras dentro del zapato que las del camino. ¿Qué es el silencio interior? Es un estado del alma que, de alguna manera, está emparentado con la relajación anímica que piden los maestros orientales de la meditación y con el silencio de los sentidos del que hablan los místicos. La autentica comunicación del predicador o del orante es cuando la palabra nace de lo profundo de uno mismo. Por ello, es necesario descender a un nivel bastante más serio que el de la mera formalidad exterior, que se contenta con repetir unas fórmulas.
Tener opiniones sobre algo, no es lo mismo que expresar un pensamiento que requiere la simbiosis de “silencio y palabra” de la que nos habla el Papa. Así como, decir “oraciones” no es lo mismo que “hacer oración”. Sólo al que sabe callar le es posible escuchar la voz del otro y entablar un diálogo auténtico. Moisés dijo al pueblo: “Guarda silencio y escucha, Israel: y escucharás la voz del Señor tu Dios” (Dt 27,9). Después del ajetreo de una salida apostólica, Jesús invitó a sus discípulos al retiro: “Venid, vosotros solos, aparte, a un lugar solitario, y tomad un poco de reposo” (Mc 6,31). De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que hemos visto y oído”, de que Dios es amor y nos envió su Palabra de amor y nos sostiene en su Espíritu de amor. ¡Esta es la gran Noticia que vence al mundo!