viernes, 30 de diciembre de 2011

Epifanía: Los primeros Peregrinos


Canto de peregrinación: ¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos! Sal 128

Dentro del tiempo fuerte que es la Natividad, en la escena de la Epifanía, pareciera que las figuras principales son las de los Reyes Magos -también conocidos como los Magos de Oriente - nombre por el que tradicionalmente se denomina a los tres visitantes que, tras el nacimiento del Niño Jesús, acudieron para rendirle homenaje y entregarle regalos de gran riqueza simbólica: oro, incienso y mirra.
El nombre de magos proviene del latín "Magi" y éste del griego "μάγοι" que hace alusión a hombres sabios. Este término, sin tener el mismo significado que el actual, era un título que se le daba a las castas sacerdotales del zoroastrismo.
¿Qué tiene que ver con esto la Epifanía?, pues todo. Los Reyes Magos son los primeros peregrinos. Desde el lejano oriente emprenden un largo camino para honrar y ofrendar al Niño Dios.
La exégesis tradicional ve en la Epifanía del Señor Su manifestación a todos los pueblos, haciendo realidad las palabras de Simeón en el Templo:
mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel
” Luc 2:22,40

El lejano oriente y el oriente verdadero

El oriente es el punto cardinal por donde el sol se levanta, y sirve, precisamente, para orientarse.
Aún hoy la prescripción cristiana sitúa en las iglesias el altar mayor mirando hacia el Este, y en la celdas de los monjes (y en las habitaciones donde los cristianos situamos nuestra oración doméstica), el crucifijo debe estar “orientado” en ese dirección. Esto ocurre porque Jesucristo es el nuevo sol, la Luz del Mundo.

¿Cómo es entonces que los reyes magos vienen de un oriente aún más lejano?
Ellos representan la luz de la sabiduría antigua , además de su condición de paganos.
Vienen a adorar al Niño Dios: el nuevo sol que se levanta; el enclave del oriente verdadero. El lejano oriente queda de esta sencilla manera abolido para siempre, y con él la antigua sabiduría meramente humana.

El sentido de la ruta

Por otra parte, no se debe olvidar que a diferencia de otras culturas, la judío-cristiana entiende la vida como algo lineal, con un comienzo y un fin (el A y la Ω), y por lo tanto los caminos de peregrinación sirven al peregrino como medio de renovación espiritual una vez alcanzada la meta. En este caso, la meta de los primeros peregrinos era sencillamente, todo: encontrase con Dios.

¿No es acaso esencialmente el cristianismo un encuentro personal con el Señor Jesús?

Una peregrinación completa

A esta altura de la reflexión es probable que el lector -de la misma manera que me aconteció a mí mismo- ya tenga suficiente material para realizar una buena meditación acerca del peregrinar y de estos primeros peregrinos como arquetipos de aquellos otros que siguen sucediéndose a través de las edades y santuarios.
Pero la escena de la Epifanía no contempla únicamente este aspecto de Reyes Magos como peregrinos, sino que es mucho más compleja. Y como tres son los magos, tres serán los grandes momentos que nos muestra esta iconografía: peregrinaje, adoración y ofrenda.

Estos tres momentos representan una peregrinación iniciada, recorrida, alcanzada y completada en un viaje espiritual que se constituye como de mayor importancia que las acciones realizadas en el mundo físico.

Ya he comentado algo acerca del primero de estos momentos; de la peregrinación en sí misma, aunque habría mucho más para decir sobre ella.

El segundo momento de la peregrinación nos muestra a los reyes magos habiendo alcanzado el Portal de Belén (recordemos que no encontraron a Dios ni en un palacio, como el de Herodes, ni en el centro acomodado de la ciudad, sino en las afueras, en la periferia, allí donde van los que no tienen lugar en la posada) y se disponen a adorar al Niño Dios.

La adoración comenzó cuando de hinojos se postró el más anciano e importante de los tres; es de suponer que luego lo harían todos.
¡Qué momento tan tremendo para esos tres personajes!
Sin duda alguna, continuamente anticipado espiritualmente durante todo el viaje. Ensayado mentalmente, degustado, meditado, pues era a Dios a quien iban a encontrar.

Para cualquier peregrino, es esto toda una lección: ¡cuántas veces debemos anticipar este momento de adoración en la Fe, (ya que no presencialmente), constituido como condición expresa para no sucumbir en el Camino!
Pues entonces diré cuantas veces sea necesario: “Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes” Sal 27

Los peregrinos modernos tenemos algo aún mayor que nos sotiene en el Camino: la Eucaristía del Señor.

El tercero de estos momentos, es el de la ofrenda. Aunque no podemos olvidar la fuerte relación con la Natividad en sí, la ofrenda también se constituye en símbolo de la divinidad de Jesucristo, siendo Él: Rey de Reyes y Señor de Señores. Apoc. 19:16


Si bien en la exégesis tradicional se le adjudica un valor simbólico a cada una de las ofrendas: oro, incienso y mirra, es posible contemplar adicionalmente otros ángulos de meditación acerca de dichas ofrendas.

En primer lugar, la transformación que opera la ofrenda; no en el ofrendado, por cuanto el mismo es Dios, (ya que Él es inmutable), sino la que experimenta el oferente.
En efecto, es en el oferente donde se opera un cambio sustancial de relación espiritual. ¡Qué fuerte resulta afirmar creyendo! Mira: te reconozco como Rey de Reyes (Oro), mi Dios y Señor (Incienso) y mi Salvador (Mirra), por medio del santo sacrificio de la cruz.

De allí se puede concluir que toda peregrinación bien hecha debe incluir una ofrenda a Dios. Nosotros, peregrinos de la actualidad, (ya que nada tenemos, excepto nuestra vida) al iniciar el Camino, deberíamos saber que si queremos caminar hacia la Luz, debemos estar dispuestos a ofrendar nuestras vidas.

En segundo término, la ofrenda de los reyes magos tuvo un sentido práctico: estos tres obsequios poseían un valor intrínseco considerable en el mundo antiguo. Es de suponer que dicho valor fue empleado por la Sagrada Familia para establecerse y sobrevivir en Egipto hasta la muerte de Herodes.

¿Acaso se podría decir de un peregrino moderno que la disposición a ofrendar su vida tiene un sentido práctico?
La respuesta es un rotundo sí, cuando se considera la ofrenda vital no sólo en la contemplación de la Divinidad, sino en la ayuda al hermano que encontramos en el Camino. Veáse por ejemplo: 1 Juan 4:20
¡Buena marcha, peregrinos!

viernes, 2 de diciembre de 2011

Los pobres en el camino del peregrino

Ya ha finalizado el año litúrgico con la gran fiesta de Cristo Rey, recordándonos una vez más, hacia donde se encuentra el fin del camino del peregrino, es decir la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores.

Comenzamos el tiempo de adviento, de espera y penitencia, que culmina en Navidad con la conmemoración de la primera venida del Verbo Encarnado.

Entre el final del drama cósmico y la derrota definitiva de Satanás y todos sus ángeles, y el nacimiento de un pobre Niño en el portal de Belén, hay un hilo conductor que une ambos extremos, una constante que se repite vez tras vez en la Buena Nueva: la pobreza.

Bienaventurados los pobres de espíritu, nos dice Jesús en el Sermón de la Montaña.
En el retorno del Rey, Él dirá: ¿tuve hambre, y me diste de comer? Y separará a la humanidad a izquierda y derecha. Os aseguro que no os conozco, dirá a los avaros.

Pareciera que el Señor tiene predilección por los pobres de cualquier clase.

Los peregrinos sabemos que en el camino encontramos toda clase de pobres: aquellos faltos del alimento material, otros a quienes la Buena Nueva todavía no llegó, y aquellos pobres faltos de lo principal de cada día: la Eucaristía, por propia culpa, por ignorancia, o por imposibilidad de acceder a ella. Y a continuación, una clase especial de pobres, los predilectos a quienes Jesús sin duda llama.

Es que en realidad el Señor prefiere a los que se han despojado de todo para seguirlo, aquellos otros pobres que han elegido dejar atrás sus ataduras.

Por desgracia, hoy día en el mundo es sumamente fácil encontrar muchedumbres hambrientas de pan. Pero no es tan fácil encontrar pobres de espíritu.

La pobreza de espíritu -rara en los ricos- se está tornando también escasa en los pobres, quienes acicateados por una sociedad que les propone solamente valores materiales, viven enfermos de envidia, resentidos, o tratan de compensar sus carencias con el uso de drogas que los vuelven aún más pobres y deshumanizados. Luego, sobreabunda el pecado.

Por otra parte, (atención a la alta probabilidad de ocurrencia) -dada todas la señales, que el hombre común desecha- el mundo se encamina a un colapso económico y financiero sin precedente alguno, ya no en países periféricos de occidente, sino una catastrófe global, que tendrá lugar aún en las primeras potencias del orbe.

Mucho de lo que hoy la gente atesora no será más que papel pintado. Las muchedumbres temerosas buscarán refugio y no lo hallarán. Las circunstancias se harán propicias para que se comiencen guerras, y el poder de los príncipes que adoran a Baal se concentrará aún más.

Ante este panorama, qué debe hacer un peregrino? Su morral y sus escasas viandas no sirven para paliar el hambre de muchos, y no podemos multiplicar los panes por más pena que nos de la muchedumbre.

Es por ello que a los peregrinos nos tocará, de producirse lo pronosticado más arriba, un papel especial: buscar entre la muchedumbre de extraviados hambrientos, aquellos que en su interior hayan conservado la pobreza de espíritu; que practiquen la primera bienaventuranza, pues de ellos es el reino de los cielos.

A ellos principalmente debemos acompañarlos a la Eucaristía, al pan de Vida, para alimentarlos con el mejor antídoto contra Satanás y sus obras.

Para llevar a cabo esta tarea, debemos prepararnos especialmente en la oración diaria y la penitencia.

Nuestro Señor, que gusta de las paradojas, nos ofrece aquí una curiosa: escondido en la forma material de un pan ázimo, se esconde la levadura del Reino de Dios, que hace crecer en los corazones de los hombres que le temen, y que es invisible a los ojos de los soberbios y los incrédulos.

¡El Reino de Dios está cerca, allanad los caminos del Señor!
¡Ven, Señor Jesús!

sábado, 1 de octubre de 2011

"La petite voie", o cómo ser peregrino en el mismo lugar

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS 1873-1897
La santa más popular de los tiempos modernos y también la menos vistosa; arropada incluso por una piedad llena de bonísimas intenciones, la fuerza interior de esta alma ha impresionado a los contemporáneos.

Sólo la fuerza interior, porque de puertas para afuera, una más en el Carmelo normando de Lisieux: callada, obediente, gris, débil de cuerpo, , que ni siquiera gozaba de buena reputación entre sus compañeras y sus superiores.

Nunca hizo nada extraordinario, nunca se movió de su sitio, un convento cualquiera en un rincón de provincias; las estadísticas se estrellan en su figura, aquí no hay nada que contar, nada periodístico, llamativo, brillante.

Se limitó a seguir lo que ella llamaba el caminito, «la petite voie».
Adorar, rezar, sufrir, trabajar, obedecer, encomendar. Su reino pertenece a lo invisible, a lo sobrenatural, y murió ignorada de todos.

La gran santa de los últimos siglos vivió de espaldas al relumbrón de la modernidad, conjurando con su entrega silenciosa el estruendo diabólico que nos rodea.

Sólo después de su muerte su libro, Historia de un alma, y sus milagros la hicieron famosa, y la Iglesia la ha hecho patrona de las misiones.

Asombroso patronazgo suyo, al menos a primera vista; la pobre monjita de Lisieux patrona de la actividad misionera, motor de la evangelización, ella, de horizontes humanos tan cortos, sin medios, sin dinero, sin salud. Sólo poniéndose en manos de Dios para todo y no conformándose con menos.

viernes, 1 de julio de 2011

Un corazón y trece rosas blancas: la sangre feraz

En esta semana de la fiesta del Corazón de Jesús, nos asomamos también al misterio de la extarordinaria feracidad de la sangre derramada por los mártires -hombres y mujeres- en el camino del peregrino.

Esta sangre que vivifica la vida de la Iglesia y hace crecer el Reino de Dios, es un preciado aporte humano y una alabanza perpetua al nuevo orden instaurado por Cristo con Su santo sacrificio y Su resurrección.

13 rosas blancas:

Benedicto XVI firmó también este lunes el decreto por el que se reconoce el martirio de doce hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y una seglar, que murieron asesinadas por “odio a la fe”, en diversos lugares de la archidiócesis de Valencia, entre el 19 de agosto y el 9 de diciembre de 1936.

Los mártires de Roma.

Mucho antes de esto, en la Roma de Nerón, los cristianos fueron culpados por el incendio de la ciudad eterna (causado por el propio emperador), y perseguidos y martirizados por tres largos años.

No ovidemos...

A aquellos hermanos que, en este momento, son perseguidos y asesinados por causa del Señor Jesús. Ellos representan en un mundo cargado de escepticismo, un ideal del Reino de Dios que atraviesa toda la historia, y trasciende al más allá, cuando estos bienaventurados sean convocados especialmente cerca del Cordero, como narra el Apocalipsis.

El Corazón de Jesús

No quiero terminar este post sin reproducir un texto de San Buenaventura en la viña mística:

  Han taladrado no sólo sus manos y pies (Sal 21,17), sino también atravesaron su costado y han abierto el interior de su corazón santísimo que ya se había herido por la lanza del amor... Acerquémonos, y estremezcámonos, nos alegraremos en ti, recordando tu corazón. ¡Qué dulzura, qué delicia convivir en este corazón! (cf Sal 132,2). Tu corazón, ¡oh buen Jesús!, es un verdadero tesoro, una perla preciosa, que hemos encontrado profundizando en el conocimiento de tu cuerpo (Mt 13,44-45). ¿Quién la rechazaría? Más bien, lo daría todo; a cambio, entregaré todos mis pensamientos y todos mis deseos para obtenerla, depositando todas mis preocupaciones en el corazón del Señor Jesús, y sin duda este corazón me alimentará.
        En este templo, en este «santa santorum», ante esta arca de la alianza (1R 6,19), adoraré y alabaré el nombre del Señor, diciendo con David: "He encontrado mi corazón para pedir al Señor» (2S 7,27). Y yo, he encontrado el corazón de Jesús, mi Rey, mi hermano y mi tierno amigo. Y yo ¿no rezaré? Ciertamente rezaré. Porque su corazón está conmigo, le diré con audacia, e incluso más: porque Cristo está verdaderamente a mi lado, como mi jefe, mi cabeza (Col 1,18), ¿no estará conmigo?... Este corazón divino es mi corazón; está verdaderamente en mi. Realmente, con Jesús dispongo mi corazón. ¿Qué tiene de extraño esto? La «multitud de creyentes" formaban «un solo corazón" (Hchos. 4,32).
        Habiendo encontrado, muy dulce Jesús, este corazón, que es el tuyo y el mío, te rezaré a ti que eres mi Dios. Recibe mis oraciones en este santuario donde tu nos escuchas, o más bien, atráeme enteramente hacia tu corazón... Tú puedes hacerme pasar por el agujero de una aguja, después de haberme hecho depositar el peso de esta carga que llevo sobre los hombros (Mt 19,24; 11,28). Jesús, el más hermoso de toda la belleza humana, lávame aún más de mi iniquidad y purifícame de mis pecados (Sal 44,3; 50,4) para que, purificado por ti, me pueda me acercar a ti que eres más puro, que merezca «habitar todos los días de mi vida» en tu corazón y pueda siempre ver y realizar tu voluntad (Sal. 26,4 ss).

viernes, 24 de junio de 2011

Corpus Christi, fiesta peregrina.

Palabras del Santo Padre en la actual celebración del Corpus Domini que en Buenos Aires se celebrará en procesión solemne el día sábado 25 de junio.

¡Queridos hermanos y hermanas!
La fiesta del Corpus Domini es inseparable a la del Jueves Santo, de la Misa de Caena Domini, en la que celebramos solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se ofrece a nosotros en el pan partido o en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Domini, este misterio se ofrece a la adoración y a la meditación del Pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento es llevado en procesión por las calles de las ciudades y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el Reino de los Cielos.
Lo que Jesús nos ha dado en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no está reservado a algunos pocos, sino que está destinado a todos. En la Misa en Caena Domini del pasado Jueves Santo destaqué que en la Eucaristía sucede la transformación de los dones de esta tierra -el pan y el vino- con el fin de transformar nuestra vida e inaugurar así la transformación del mundo. Esta tarde quisiera retomar este perspectiva.
Todo parte, se podría decir, del corazón de Cristo, que en la Última Cena, en la vigilia de su pasión, agradeció y alabó a Dios y, de esta manera, con la potencia de su amor, transformó el sentido de la muerte a la que iba a enfrentarse. El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de “Eucaristía” -“acción de gracias”- expresa exactamente esto: que la transformación de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, es fruto del don que Cristo ha hecho de sí mismo, don de un Amor más fuerte que la muerte, Amor Divino que lo ha hecho resucitar de entre los muertos. Esta es la razón por la que la Eucaristía es alimento de vida eterna, Pan de la vida. Del corazón de Cristo, desde su “oración eucarística” hasta la vigilia de la pasión, viene este dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmicas, humanas e históricas. Todo procede de Dios, de la omnipotencia de su Amor Uno y Trino, encarnado en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esto sabe agradecer y alabar a Dios incluso frente a la traición y a la violencia, y en este modo cambia las cosas, las personas y el mundo.
Esta transformación es posible gracias a una comunión más fuerte que la división, la comunión de Dios mismo. La palabra “comunión”, que nosotros usamos para designar la Eucaristía, reasume en sí mismo la dimensión vertical y la horizontal del don de Cristo. Es muy bella y elocuente la expresión “recibir la comunión” referida al hecho de comer el Pan eucarístico. En efecto, cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida misma de Jesús, en el dinamismo de esta vida que se da a nosotros y por nosotros. Desde Dios, a través de Jesús, hasta llegar a nosotros: una única comunión se transmite en la Santa Eucaristía. Lo hemos escuchado hace poco, en la Segunda Lectura, de las palabras del apóstol Pablo dirigidas a los cristianos de Corinto: “ La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan.(1 Cor 10,16-17).
San Agustín nos ayuda a comprender la dinámica de la comunión eucarística cuando hace referencia a una especie de visión que tuvo, en la que Jesús le dice: “Yo soy el alimento de los fuertes. Crece y me tendrás. Tú no me transformarás en ti, como el alimento del cuerpo, sino que será tú el transformado en mí” (Conf. VII, 10, 18). Mientras que el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros los que lo asimilamos, sino que nos asimila a sí, así nos convertimos conforme a Jesucristo, miembros de su cuerpo, una sola cosa con Él. Esta fase es decisiva. De hecho, exactamente porque es Cristo el que, en la comunión eucarística, nos transforma a sí, nuestra individualidad , en este encuentro, se abre, liberada de su egocentrismo y inscrita en la Persona de Jesús, que a su vez está inmerso en la comunión trinitaria. Así la eucaristía, mientras que nos une a Cristo, nos abre a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: ya no estamos divididos, sino que somo una sola cosa en Él. La comunión eucarística me une a la persona que tengo al lado, y con la que, quizás, ni siquiera tengo una buena relación, y también nos une a los hermanos que están lejos, en todas las partes del mundo. De aquí, de la Eucaristía, deriva, por tanto, el sentido profundo de la presencia social de la Iglesia, como testifican los grandes Santos sociales, que fueron siempre grandes almas eucarísticas. Quien reconoce a Jesús en la Hostia Santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es forastero, desnudo, enfermo, encarcelado; y está atento a todas las personas, se compromete, de modo concreto, por todos los que tienen necesidad. Del don del amor de Cristo proviene, por tanto, nuestra especial responsabilidad de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa y fraterna. Especialmente en nuestra época, en la que la globalización nos hace, cada vez más, dependientes los unos de los otros, el Cristianismo puede y debe hacer que esta unidad no se construya sin Dios, es decir, si en el Verdadero Amor, lo que daría lugar a la confusión, al individualismo, y la opresión de todos contra todos. El Evangelio mira desde siempre a la unidad de la familia humana, una unidad no impuesta por las alturas, ni por intereses ideológico o económicos, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros, porque nos reconocemos miembros de un mismo cuerpo, del cuerpo de Cristo, porque hemos aprendido y aprendemos constantemente por el Sacramento del Altar que la comunión, el amor es la vía de la verdadera justicia.
Volvemos ahora al acto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando Él dijo: Este es mi cuerpo que he dado por vosotros, esta es mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres, ¿Qué sucede? Jesús en este gesto anticipa el suceso del Calvario. Él acepta por amor toda la pasión, con su sufrimiento y su violencia, hasta la muerte de cruz; aceptándola de este modo, la transforma en una acto de donación. Esta es la transformación que el mundo necesita, porque lo redime desde el interior, lo abre a las dimensiones del Reino de los cielos.. Pero esta renovación del mundo, Dios quiere realizarla siempre a través de la misma vía seguida por Cristo, este camino, que es Él mismo. No hay nada de mágico en el Cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente de la semilla de grano que se parte para dar la vida, la lógica de la fe que mueve las montañas con el suave poder de Dios. Por esto quiere continuar renovando la humanidad, la historia y el cosmos, a través de esta cadena de transformaciones, de la que la Eucaristía es el sacramento. Mediante el pan y el vino consagrados, en los que están realmente presentes su Cuerpo y su Sangre, Cristo nos transforma, asimilándonos a Él: nos implica en su obra de redención, haciéndonos capaces, por la gracia del Espíritu Santo, de vivir según su misma lógica de donación, como semillas de grano unidos a Él y en Él. Así se siembran y van madurando en los surcos de la historia, la unidad y la paz, que son el fin al que tendemos, según el diseño de Dios.
Sin ilusiones, sin utopías ideológicas, nosotros caminamos por los caminos del mundo, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples semillas de grano, custodiamos la firme certeza de que el amor de Dios, encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y que la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres, cielos nuevos y tierra nueva, en la que reinan la paz y la justicia, y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra verdadera patria. También esta tarde, mientras se pone el sol sobre nuestra amada ciudad de Roma, nosotros nos ponemos en camino: con nosotros está Jesús Eucaristía, el Resucitado, que dijo “yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). ¡Gracias, Señor Jesús! Gracias por tu fidelidad, que sostiene nuestra esperanza. Quédate con nosotros, porque se hace de noche. “Buen Pastor, verdadero Pan, ¡Oh Jesús! ¡Piedad de nosotros; aliméntanos, defiéndenos, llévanos a los bienes eternos, en la tierra de los vivos! Amén.

viernes, 20 de mayo de 2011

El Camino del Peregrino


"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Juan 14,1-6.

A continuación transcribo parte de la homilía de monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo:

Toda la vida del Señor, fue una manifestación maravillosa de cómo llegar hasta Dios, cómo entrar en su Casa y habitar en su Hogar.
La Persona de Jesús es el icono, la imagen visible del Padre invisible. Y esto es lo que tan provocatorio resultaba a unos y a otros: que pudiera uno allegarse hasta Dios sin alarde de estrategias complicadas, sin exhibición de poderíos, sin arrogancias sabihondas: que Dios fuera tan accesible, que se pudiera llegar a El por caminos en los que podían andar los pequeños, los enfermos, los pobres, los pecadores... Y esto será en definitiva lo que le costará la vida a Jesús.
Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala en una virtud hija de la amenaza y de la mordaza. Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala. Quien cree en Jesús, cree en su Padre. El camino de Jesús, es el camino de la bienaventuranza, el de la verdad, el de la justicia, el de la misericordia y la ternura. Pero tal revelación no se reduce a un manifestar imposibles que nos dejarían tristes por su inalcanzabilidad. Jesús no sólo es el Camino, sino también el Caminante, el que se ha puesto a andar nuestra peregrinación por la vida, vivirlo todo, hasta haberse hecho muerte y dolor abandonado.
Jesús no se limitó a señalarnos “otro camino” sino que nos abrazó en el suyo, y en ese abrazo nos posibilitó andar en bienaventuranzas, en perdón y paz, en luz y verdad, en gracia. El es Camino y Caminante... más grande que todos nuestros tropiezos y caídas, mayor que nuestras muertes y pecados. Los cristianos no somos gente diferente, ni tenemos exención fiscal para la salvación, sino que en medio de nuestras caídas y dificultades, en medio de nuestros errores e incoherencias, queremos caminar por este Camino, adherirnos a esta Verdad, y con-vivir en esta Vida: la de Quien nos abrió el hogar del Padre haciendo de nuestra vida un hogar en la que somos hijos ante Dios y hermanos entre nosotros”.

viernes, 6 de mayo de 2011

El niño peregrino

"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Juan 6,1-15 (Lectura del día)

En el episodio narrado por Juan, acerca de la multiplicación de los panes, mucho se ha pensado y dicho, al punto de que es casi imposible ser original en la meditación, aún cuando el relato por sí mismo presente multitud de facetas.

Sin embargo, nunca he escuchado o leído una meditación centrada en el niño poseedor de los cinco panes.

Evidentemente, este niño no era un niño cualquiera, pues se encontraba en un descampado, lejos de su casa, y pertrechado para lo que pudiera venir. Es decir, tenía comida.

Estuviera solo o en familia, este niño era un niño peregrino.

Había marchado a escuchar y ver a Nuestro Señor, con el corazón henchido por lo que otros, más grandes que él, no pudieron ver: el Mesías en carne y hueso, y aunque no lo entendiera, el Verbo hecho carne.

Este niño peregrino era, evidentemente , prudente, ya que tenía aquello de lo cual la multitud carecía.

Pero era también, como todo niño, inocente, no ingenuo, ya que su gesto de deprendimiento tiene no solamente el mérito de dar de lo suyo, sino la inocencia de dar todo, aunque fuera poco, poquísimo para semejante multitud.

Quiero imaginarme a este pequeño peregrino como alguien que fue capaz de depositar toda su confianza en Jesús, sin importar cuánto era lo que daba. En realidad, como daba todo, su gesto superaba con largueza cualquier número.

La lección del pequeño peregrino:

En pocas palabras, algunas virtudes que cualquier peregrino puede aplicar con provecho haciéndose como aquel niño:

  1. Humildad. Nótese que el pequeño no se dirije directamente a Nuestro Señor, aunque por su cercanía podría haberlo hecho. Elije un Mediador: Andrés.
  2. Desprendimiento. Si bien él estaba bien pertrechado, ofreció darlo todo, a cambio de nada.
  3. Confianza. Desde luego, él no sabía lo que iba a ocurrir y cómo se multiplicaría su comida, sin embargo confió ciegamente en Jesús.
  4. Amor desinteresado por Nuestro Señor y por toda aquella gente carente de un pedazo de pan. Seguramente, como niño peregrino, lejos estaba en su mente respecto del Señor, lo que luego pretendió la multitud: hacerlo rey.

viernes, 1 de abril de 2011

Cuarenta días


Estamos viviendo el tiempo litúrgico de Cuaresma. Cuarenta días con un significado especial, que nos llevarán paso a paso desde el miércoles de ceniza hasta el jueves santo, para desembocar en otro tiempo: el Triduo Pascual: Viernes Santo, Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección del Señor. La Pascua.
Probablemente ya hemos vivido, a lo largo de los años, muchas cuaresmas, algunas mejor aprovechadas, otras quizás ignoradas.
Pero estoy seguro que a la mayoría de nosotros, peregrinos, se nos ha pasado por alto preguntarnos: ¿y porqué cuarenta días? ¿es este solamente un tiempo arbitrario que nos acerca poco a poco a la Pasión, muerte y Resurrección del Señor?

El significado del número 40 en la Biblia

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, que seguido de ceros significa un tiempo de nuestra vida en la tierra (individual o colectiva), seguido de pruebas y dificultades que culminan generalmente en un logro o en una resolución de acuerdo a la voluntad de Dios.

Cuarenta es el número de la prueba, examen y ensayo. Su significado se ilustra claramente en la vida de Moisés, el libertador y caudillo de Israel. Pasó 40 años en Egipto, 40 años con las ovejas de Jetro en el desierto y 40 años en el servicio de Dios. Ocupó 40 años en desarrollar sus capacidades naturales, 40 años en aprender su incapacidad y 40 años para aprender que Dios es Todopoderoso.

Al rey Saúl, Dios le concedió 40 años para probar que era digno de ser el escogido de Israel, y en estos años pecó contra todos: Samuel, David, Jonatán y aún contra Dios y su Palabra.

En el Libro del Génesis 7,12 también se narra el número de otra prueba: el Diluvio Universal. Llovió 40 días y 40 noches sobre la tierra. Dios juzgó la tierra y probó a Noé.

En el Ex. 24,18, Moisés estuvo en el monte Sinaí 40 días y 40 noches para recibir la Ley.

Jonas entró en Nínive pregonando: «De aquí a cuarenta días Nínive será destruida».

Por último, Nuestro Señor Jesús, el Cristo, fue llevado por el Espíritu al desierto por 40 días en los cuales ayunó y oró, y luego fue tentado por el demonio, el adversario. Estuvo 40 días con sus discípulos en la tierra después de Su resurrección. Y 40 años después de su crucifixión sucedió la destrucción de Jerusalén.

Todo lo antedicho demuestra claramente la intencionalidad de este número. Cuarenta en definitiva significa el paso de la esclavitud a la libertad, mediante la purificación, o el fracaso de quien lo experimenta, como el rey Saúl.

Un puente de plata entre dos mundos

Siempre he pensado que Dios, al crear al hombre, no sólo lo hizo como un individuo con un componenete material y otro espiritual, vinculados misteriosamente por sus designios. (Esto sin duda lo explica mucho mejor el Doctor Angélico), sino que dicha vinculación también significa una puerta que se abre en dos sentidos, de un mundo al otro, o para utilizar una metáfora mejor aún, el hombre, desde este punto de vista, no es ni más ni menos que un puente de plata, un camino de ida y vuelta entre el espíritu y la materia, con efectos claros y palpables en el resto de la creación.
Esto se condice totalmente con su rol primigenio de señor de lo creado, a quien Dios le ordena poner un nombre a cada cosa, para denotar la sujección a esta nueva criatura.

Que la Cuaresma comience con un núero 4 significando lo material y acabe representando no sólo la epopeya de un pueblo que sale de la esclavitud hacia la libertad, sino que en el camino debe purificarse con numerosas pruebas espirituales además de materiales; la primera de ellas la Fe o la falta de ella, no es casualidad.

El camino del peregrino en Cuaresma.

La Cuaresma para el peregrino comienza aligerando las alforjas: ayuno, abstinencia y mortificación, no son palabras medioevales sino actitudes concretas para quien quiera templar su alma y volar. Así pues, el peregrino deberá viajar aún más ligero que de costumbre.

Lo segundo que con-viene es la conversión. Seguramente me dirán: ¡pero yo soy un converso! Pero la conversión para el peregrino nunca se termina, mientras mantenga su condición de tal. Recién en el triunfo final, adonde acaban todos los caminos ya no habrá necesidad – ni posibilidad- de convertirse.

Lo tercero y principal consiste -no en recordar- sino en vivir el primer mandamiento (Deut 6, 4). Sabiendo que con nada podremos pagar la deuda de amor que tenemos con Él, no nos queda sino abajarnos, adorar Sus juicios y correponderle con nuestras pequeñas y mezquinas almas de peregrinos. Entregarlas enteras, sin retacear siquiera un rincón oscuro.

Por último, la práctica del segundo mandamiento: amar a nuestro prójimo como Él nos amó.
Esto significa para el peregrino: tener entrañas de misericordia para toda miseria humana, amar al que se nos presente en el camino sin esperar recompensa, solamente por amor a Dios, sea este de cualquier condición: peregrino, ateo, anarquista, judío, musulmán o simplemente un ratón gris de ciudad.

He aquí las estaciones -como un via crucis- del camino que transitamos en Cuaresma.
Si caminamos cumpliendo nuestro derrotero, haciendo lo que debemos – que al fin y al cabo en esto consiste la libertad moral- llegaremos por fin al tránsito, al pessaj, al pasaje. ¡A la Pascua de Resurrección!
Moriremos y resucitaremos con Cristo hasta el año próximo. O hasta que Él vuelva.

¡Maran atha!



miércoles, 16 de febrero de 2011

DIGNITATIS HUMANAE


Mis pies en la sangre del camino, III

Corresponde ahora continuar con mis reflexiones acerca de los mártires, centrando el foco en la idea de la libertad religiosa y la libertad de cultos, tan esgrimida actualmente con el propósito (utópico a mi entender) de librar a la época de mártires cristianos, sean ellos sirios, coptos, maronitas, ortodoxos, protestantes o Católicos Romanos.

Por supuesto que este es un tema espinoso, complicado y lleno de múltiples facetas, que no se pueden desarrollar en un solo post.
Baste decir que el tópico puede ser abordado desde la óptica del Derecho natural y del derecho positivo, desde el punto de vista de las tres libertades (asociativa, conmutativa y distributiva), y de la otras, como la psicológica. También desde los hechos en sí mismos, que actualmente exhiben un mundo donde casi no existe la libertad religiosa; desde la historia, concebida no como la narración de los hechos pasados sino del porqué ocurrieron, y aún más.

Comenzaré por algo relativamente nuevo, pero que en parte, sólo en parte, ha sido sacado del antiguo del tesoro de sabiduría de la Iglesia, y que le da el nombre a este post: la declaración “dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa, del Concilio Vaticano II.

En ella, en su introducción, se consigna lo fundamental del problema:

En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" (Mt., 28, 19-20). Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla”

Pero ya en su Cap. I declara: “Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos”.

El problema está planteado: en un plato de la balanza, la verdad, y la voz de Nuestro Señor aún resonando: ”el que no está conmigo, está contra mí, y el que no siembra conmigo, desparrama” Mateo 12,30.

En el otro plato de la romana, la tolerancia y los dichos del Concilio: “Por lo cual, el derecho a esta inmunidad (de coacción externa) permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido”.

Serán ciertos entonces los puntos de vista de algunos sesudos autores que dicen, por ejemplo: “El Islam está atravesando su época medieval, mientras que el cristianismo le lleva siglos de ventaja, de allí en los primeros su intolerancia religiosa y su sistema teocrático

O bien será cierto lo que dijo hace poco la Canciller alemana, Ángela Merkel: “No es que en Europa haya tantos musulmanes, es que hay pocos cristianos”.

Como estos post no tienen por objetivo aumentar la erudición de las personas (detesto tanto la erudición como amo a la sabiduría), finalizaré por ahora con dos reflexiones para pensar sobre el tema.

La primera se origina en un viejo apothegma: El error no tiene derechos, sólo las personas los tienen.

La segunda es otro párrafo tomado de la Dignitatis Humanae: “los actos religiosos con que los hombres, partiendo de su íntima convicción, se relacionan privada y públicamente con Dios, trascienden por su naturaleza el orden terrestre y temporal. Por consiguiente, la autoridad civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos; pero excede su competencia si pretende dirigir o impedir los actos religiosos”.

En lo personal, me gustaría mucho que el Estado velara para que los argentinos no caigan en la trampa mediática de la Iglesia Universal del Reino de Dios, una máquina mediática brasileña capaz de engañar y hacer dinero con la desesperación y buena fe de la gente, y también que persiguiera a aquellos umbandas que “hacen “trabajos” por medio de sacrificios de animales (y a veces de niños) y utilizan ratas, cintas y velas, constituyéndose en la antesala de cultos satánicos.
Karoly dixit




sábado, 29 de enero de 2011

Non nobis, Domine

Mis pies en la sangre del camino, II

Continúo aquí con mis reflexiones acerca de los mártires o testigos, inauguradas en el post anterior.

El título del presente proviene del Salmo 115,2, “non nobis Domine, non nobis sed nomine tuo da gloriam” cuya versión castellana dice:

-No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria; por tu misericordia, por tu verdad.
-Por qué dirán los gentiles: ¿Dónde está ahora su Dios?
Este sarcasmo que se escucha desde el fondo de la historia, de aquel mismo momento en que tuvo lugar el sacrificio de Nuestro Señor, es igual al proferido por los ejecutores de los mártires de hoy.
Equivale a decir: ¿ves cómo te equivocas? Nadie viene a salvarte. No existe tal Dios. Morirás por nada. Yo tengo razón, y soy el que ve y conoce realmente cómo son las cosas.
Y sin embargo, la respuesta ya está explícita al comienzo del salmo, pues el mártir es un testigo del Dios verdadero, al que reconoce como el dador de toda vida, honor y gloria.
Y Dios Todopoderoso hace que la sangre de esos Testigos sea realmente fecunda en el camino de la Iglesia peregrina, idea no muy bien entendida hoy día por algunos, como cuando se lee la homilía de un primado latinoamericano que dice: querer ser mártir está muy bien, pero no es cosa de apresurarse (Dicho en el día de San Sebastián).

El jueves 27 de enero fue la festividad de Santa Juana de Arco, la Doncella de Orleáns.

Mártir de Cristo, es decir, testigo de Nuestro Señor.

De ella predicó el santo Padre, diciendo:
el Nombre de Jesús, invocado por nuestra santa hasta los últimos instantes de su vida terrena, fue como la respiración de su alma, como el latido de su corazón, el centro de toda su vida”.

Comprendió que el Amor abraza toda la realidad de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. Jesús siempre estuvo en primer lugar durante toda su vida, según su bella afirmación: Nuestro Señor es servido el primero”.
Juana veía a Jesús como el “Rey del Cielo y de la Tierra”, y en su estandarte “Juana hizo pintar la imagen de Nuestro Señor que sostiene el mundo, icono de su misión política”.

Esto es lo que recogieron los medios, aún la agencia Zenith: El Papa puso a Juana de Arco como ejemplo para los políticos.
¡Que desafortunado remate el de la última frase! Si hay algo que Jeanne d'Arc nunca fue, es una política!
Sin duda el Santo Padre se haya referido de ese modo al testimonio de amor y fidelidad a la Iglesia que ella brindó frente a las intrigas políticas eclesiásticas: el infame obispo borgoñés Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad un proceso enteramente conducido por un nutrido grupo de teólogos de la célebre Universidad de París, que participan como asesores. “Son eclesiásticos franceses, que habiendo tomado la decisión política opuesta a la de Juana, tienen a priori un juicio negativo sobre su persona y sobre su misión. Este proceso es una página conmovedora de la historia de la santidad y también una página iluminadora sobre el misterio de la Iglesia, que, según las palabras del Concilio Vaticano II, es “al mismo tiempo santa y siempre necesitada de purificación” (LG, 8). Es el encuentro dramático entre esta Santa y sus jueces, que son eclesiásticos. Juana es acusada y juzgada por estos, hasta ser condenada como hereje y mandada a la muerte terrible de la hoguera. A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y el beato Duns Scoto, de quienes he hablado en algunas catequesis, estos jueces son teólogos a los que faltan la caridad y la humildad de ver en esta joven la acción de Dios. Vienen a la mente las palabras de Jesús según las cuales los misterios de Dios se revelan a quien tiene el corazón de los pequeños, mientras que permanecen escondidos a los doctos y sabios que no tienen humildad (cfr Lc10,21). Así, los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma: no sabían que condenaban a una Santa.”
Agrego yo: sus carceleros eran soldados ingleses, fue confinada en una prisión seglar, no eclesiástica y privada de escuchar misa y de la eucaristía.
Lo curioso es que le cupo a un Papa español, Calixto III, casi 25 años más tarde de su martirio, abrir bajo su autoridad el Processo di Nullità, que concluye con una solemne sentencia que declara nula la condena (7 de julio de 1456; PNul,II, p 604-610). Este largo proceso, que recoge la declaración de testigos y juicios de muchos teólogos, todos favorables a Juana, pone de relieve su inocencia y su perfecta fidelidad a la Iglesia. Juana de Arco fue canonizada en 1920 por Benedicto XV.
Dos reflexiones  para terminar este post:
La primera lleva mi pensamiento a considerar a cuántos sacerdotes y religiosos -soldados rasos de la Iglesia- les ha tocado vivir un martirio a manos de sus superiores, aún sin tener que morir en la hoguera, e igualmente obedecer y fortalecer su fidelidad a la Santa Iglesia. Yo he conocido personalmente a algunos de ellos, que podrían decir con propiedad: non nobis, Domine!
La segunda, más poética, es el recuerdo leído del Padre Castellani en mis años mozos:
CANCIÓN DEL AMOR PATRIO.
De Paul Verlaine, traducción del Padre Leonardo Castellani

Amar la patria es el amor primero
y es el postrero amor después de Dios;
y si es crucificado y verdadero,
ya son un solo amor, ya no son dos.

Amar la patria hasta jugarse entero,
del puro patrio Bien Común en pos,
y afrontar marejada y viento fiero:
eso se inscribe al crédito de Dios.

Dios el que no se ve, Dios insondable;
de todo lo que es Bien, oscuro abismo,
sólo visible por oscura Fe.

No puede amar, por mucho que d'Él hable
del fondo de su, gélido egoísmo,
quien no es capaz de amar ni lo que ve.

domingo, 23 de enero de 2011

Mis pies en la sangre del camino


Muchas veces, cuando transito mi camino de peregrino en rumbo a la Tierra de los Vivientes, al andar, mis pies se van impregnando de aquellos materias predominantes de los lugares en que transito: la buena tierra, la hierba; también los abrojos.

Cada uno de ellos representa algo: la hierba verde, la paz y la esperanza recibida en múltiples bendiciones, la tierra, que me recuerda constantemente mi condición de nexo entre dos mundos: un puente de plata entre el planeta tierra y el mundo espiritual.

A menudo, junto con estos materiales y muchos más, encuentro el camino regado con sangre de mártires.

Es que no se puede comprender cabalmente un peregrinaje: ¡qué digo! Un cristianismo sin mártires.

Últimamente mis pies cada día transitan más y más sobre caminos donde esa sangre preciosa -a imagen de Nuestro Señor- se hace más y más abundante.

Este último viernes, 21 de enero, festividad de Santa Inés - Agnesse, virgen y mártir, he sentido en forma particularmente vívida la necesidad de escribir sobre el martirio y (un tópico moderno), la libertad religiosa.

Vaya pues esta primera entrega en el blog dedicada a estos temas.

El domingo 23 del corriente, un diario de Córdoba (España), publicaba un artículo muy revelador, titulado “Cristianos contra las cuerdas”. Transcribo algunos párrafos relevantes y le he agregado un hiper enlace hacia la película a la cual hace referencia:

La recién estrenada película francesa Des hommes et des dieux , y el aniversario de la matanza de frailes cistercienses en Argelia, pone sobre el tapete de la actualidad más lacerante un gravísimo problema de nuestro tiempo: la persecución religiosa contra los cristianos, sean cristianos coptos, católicos u otros de las diversas iglesias y confesiones.
Con toda razón, el Papa Benedicto XVI consagró su formidable discurso al cuerpo diplomático, hace unos días, al tema de la libertad religiosa, tan conculcada en estos últimos tiempos en no pocos países del mundo.
Dicen los entendidos que el Islam es una religión pacífica y pacificadora. Que nada más ajeno al Corán que toda violencia asesina. Puede que sea así.
Pero no es esa la sensación que percibimos. Todo lo contrario. Hay un radicalismo increíble en minorías fanáticas islamistas que no paran ante nada ni ante nadie en su particular guerra contra la cruz, contra los cristianos. No nos engañemos y llamemos a las cosas por su nombre. En muchísimos países --musulmanes y no musulmanes-- la libertad religiosa brilla por su ausencia.
China, Corea del Norte, Birmania, India, Pakistán. Y no digamos nada del mundo islámico, especialmente Arabia Saudita. Turquía es sin duda el país más laico del mundo musulmán. Aunque allí no se puede repartir en la calle objetos religiosos cristianos. Podría uno ir a la cárcel.
En algunos países como Sudán, Egipto, Irak, Nigeria, Somalia la conversión al cristianismo está castigada con pena de muerte. No existe libertad alguna para construir iglesias cristianas. Las conversiones son prácticamente nulas.
Y peor todavía que esa falta de libertad es la persecución hasta el martirio como pasó en Egipto hace poco más de un mes con los coptos de Alejandría. O como ocurrió en Irak, incluso asesinando un obispo católico y antes a grupos cristianos en el mismo interior del templo.
Zapatero y Erdogan en Turquía levantaron esa bandera de la llamada Alianza de Civilizaciones. La idea es buena, si se quiere muy buena, pero no ha servido para nada.
Es más: no han levantado su voz contra la persecución y martirio de cristianos. Y eso es una vergüenza. Tan solo Sarkozy y Angela Merkel han denunciado esos atropellos.
No. El martirio no es cosa del mundo romano. Hoy hay tantos mártires --o más-- que en tiempos de Nerón. Ni en siglo XX ni en el XXI ha cesado el martirio ni se ha hecho realidad el derecho a la libertad religiosa . Aquí los musulmanes pueden levantar mezquitas y expresar su fe en privado y en público. Y tienen plena libertad. Occidente debe exigir el mismo comportamiento al Islam. Convivencia, respeto, acatar ellos nuestra identidad. Y nosotros ser más fieles a nuestras raíces.
Como ha dicho Merkel: "No es que haya aquí muchos islamistas. Es que hay pocos cristianos". He ahí la triste realidad de esta Europa. Por desgracia.
Termino este post con un interrogante que se ha abierto en mi espíritu  como una gran pregunta, aún sin respuesta: San Esteban, protomártir cristiano, Santa Inés, Santo Tomás Moro, los mártires que la Iglesia ha incorporado al canon de la misa, aquellos otros ignotos sobre los que nos obliga aún más nuestro reconocimiento: ¿habrán pensado en la libertad religiosa? Se habrían amparado en ella, de existir la misma, o hubieran exclamado como San Esteban: “estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está de pie a la diestra de Dios” Hch 7, 57