viernes, 30 de diciembre de 2011

Epifanía: Los primeros Peregrinos


Canto de peregrinación: ¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos! Sal 128

Dentro del tiempo fuerte que es la Natividad, en la escena de la Epifanía, pareciera que las figuras principales son las de los Reyes Magos -también conocidos como los Magos de Oriente - nombre por el que tradicionalmente se denomina a los tres visitantes que, tras el nacimiento del Niño Jesús, acudieron para rendirle homenaje y entregarle regalos de gran riqueza simbólica: oro, incienso y mirra.
El nombre de magos proviene del latín "Magi" y éste del griego "μάγοι" que hace alusión a hombres sabios. Este término, sin tener el mismo significado que el actual, era un título que se le daba a las castas sacerdotales del zoroastrismo.
¿Qué tiene que ver con esto la Epifanía?, pues todo. Los Reyes Magos son los primeros peregrinos. Desde el lejano oriente emprenden un largo camino para honrar y ofrendar al Niño Dios.
La exégesis tradicional ve en la Epifanía del Señor Su manifestación a todos los pueblos, haciendo realidad las palabras de Simeón en el Templo:
mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel
” Luc 2:22,40

El lejano oriente y el oriente verdadero

El oriente es el punto cardinal por donde el sol se levanta, y sirve, precisamente, para orientarse.
Aún hoy la prescripción cristiana sitúa en las iglesias el altar mayor mirando hacia el Este, y en la celdas de los monjes (y en las habitaciones donde los cristianos situamos nuestra oración doméstica), el crucifijo debe estar “orientado” en ese dirección. Esto ocurre porque Jesucristo es el nuevo sol, la Luz del Mundo.

¿Cómo es entonces que los reyes magos vienen de un oriente aún más lejano?
Ellos representan la luz de la sabiduría antigua , además de su condición de paganos.
Vienen a adorar al Niño Dios: el nuevo sol que se levanta; el enclave del oriente verdadero. El lejano oriente queda de esta sencilla manera abolido para siempre, y con él la antigua sabiduría meramente humana.

El sentido de la ruta

Por otra parte, no se debe olvidar que a diferencia de otras culturas, la judío-cristiana entiende la vida como algo lineal, con un comienzo y un fin (el A y la Ω), y por lo tanto los caminos de peregrinación sirven al peregrino como medio de renovación espiritual una vez alcanzada la meta. En este caso, la meta de los primeros peregrinos era sencillamente, todo: encontrase con Dios.

¿No es acaso esencialmente el cristianismo un encuentro personal con el Señor Jesús?

Una peregrinación completa

A esta altura de la reflexión es probable que el lector -de la misma manera que me aconteció a mí mismo- ya tenga suficiente material para realizar una buena meditación acerca del peregrinar y de estos primeros peregrinos como arquetipos de aquellos otros que siguen sucediéndose a través de las edades y santuarios.
Pero la escena de la Epifanía no contempla únicamente este aspecto de Reyes Magos como peregrinos, sino que es mucho más compleja. Y como tres son los magos, tres serán los grandes momentos que nos muestra esta iconografía: peregrinaje, adoración y ofrenda.

Estos tres momentos representan una peregrinación iniciada, recorrida, alcanzada y completada en un viaje espiritual que se constituye como de mayor importancia que las acciones realizadas en el mundo físico.

Ya he comentado algo acerca del primero de estos momentos; de la peregrinación en sí misma, aunque habría mucho más para decir sobre ella.

El segundo momento de la peregrinación nos muestra a los reyes magos habiendo alcanzado el Portal de Belén (recordemos que no encontraron a Dios ni en un palacio, como el de Herodes, ni en el centro acomodado de la ciudad, sino en las afueras, en la periferia, allí donde van los que no tienen lugar en la posada) y se disponen a adorar al Niño Dios.

La adoración comenzó cuando de hinojos se postró el más anciano e importante de los tres; es de suponer que luego lo harían todos.
¡Qué momento tan tremendo para esos tres personajes!
Sin duda alguna, continuamente anticipado espiritualmente durante todo el viaje. Ensayado mentalmente, degustado, meditado, pues era a Dios a quien iban a encontrar.

Para cualquier peregrino, es esto toda una lección: ¡cuántas veces debemos anticipar este momento de adoración en la Fe, (ya que no presencialmente), constituido como condición expresa para no sucumbir en el Camino!
Pues entonces diré cuantas veces sea necesario: “Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes” Sal 27

Los peregrinos modernos tenemos algo aún mayor que nos sotiene en el Camino: la Eucaristía del Señor.

El tercero de estos momentos, es el de la ofrenda. Aunque no podemos olvidar la fuerte relación con la Natividad en sí, la ofrenda también se constituye en símbolo de la divinidad de Jesucristo, siendo Él: Rey de Reyes y Señor de Señores. Apoc. 19:16


Si bien en la exégesis tradicional se le adjudica un valor simbólico a cada una de las ofrendas: oro, incienso y mirra, es posible contemplar adicionalmente otros ángulos de meditación acerca de dichas ofrendas.

En primer lugar, la transformación que opera la ofrenda; no en el ofrendado, por cuanto el mismo es Dios, (ya que Él es inmutable), sino la que experimenta el oferente.
En efecto, es en el oferente donde se opera un cambio sustancial de relación espiritual. ¡Qué fuerte resulta afirmar creyendo! Mira: te reconozco como Rey de Reyes (Oro), mi Dios y Señor (Incienso) y mi Salvador (Mirra), por medio del santo sacrificio de la cruz.

De allí se puede concluir que toda peregrinación bien hecha debe incluir una ofrenda a Dios. Nosotros, peregrinos de la actualidad, (ya que nada tenemos, excepto nuestra vida) al iniciar el Camino, deberíamos saber que si queremos caminar hacia la Luz, debemos estar dispuestos a ofrendar nuestras vidas.

En segundo término, la ofrenda de los reyes magos tuvo un sentido práctico: estos tres obsequios poseían un valor intrínseco considerable en el mundo antiguo. Es de suponer que dicho valor fue empleado por la Sagrada Familia para establecerse y sobrevivir en Egipto hasta la muerte de Herodes.

¿Acaso se podría decir de un peregrino moderno que la disposición a ofrendar su vida tiene un sentido práctico?
La respuesta es un rotundo sí, cuando se considera la ofrenda vital no sólo en la contemplación de la Divinidad, sino en la ayuda al hermano que encontramos en el Camino. Veáse por ejemplo: 1 Juan 4:20
¡Buena marcha, peregrinos!

viernes, 2 de diciembre de 2011

Los pobres en el camino del peregrino

Ya ha finalizado el año litúrgico con la gran fiesta de Cristo Rey, recordándonos una vez más, hacia donde se encuentra el fin del camino del peregrino, es decir la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores.

Comenzamos el tiempo de adviento, de espera y penitencia, que culmina en Navidad con la conmemoración de la primera venida del Verbo Encarnado.

Entre el final del drama cósmico y la derrota definitiva de Satanás y todos sus ángeles, y el nacimiento de un pobre Niño en el portal de Belén, hay un hilo conductor que une ambos extremos, una constante que se repite vez tras vez en la Buena Nueva: la pobreza.

Bienaventurados los pobres de espíritu, nos dice Jesús en el Sermón de la Montaña.
En el retorno del Rey, Él dirá: ¿tuve hambre, y me diste de comer? Y separará a la humanidad a izquierda y derecha. Os aseguro que no os conozco, dirá a los avaros.

Pareciera que el Señor tiene predilección por los pobres de cualquier clase.

Los peregrinos sabemos que en el camino encontramos toda clase de pobres: aquellos faltos del alimento material, otros a quienes la Buena Nueva todavía no llegó, y aquellos pobres faltos de lo principal de cada día: la Eucaristía, por propia culpa, por ignorancia, o por imposibilidad de acceder a ella. Y a continuación, una clase especial de pobres, los predilectos a quienes Jesús sin duda llama.

Es que en realidad el Señor prefiere a los que se han despojado de todo para seguirlo, aquellos otros pobres que han elegido dejar atrás sus ataduras.

Por desgracia, hoy día en el mundo es sumamente fácil encontrar muchedumbres hambrientas de pan. Pero no es tan fácil encontrar pobres de espíritu.

La pobreza de espíritu -rara en los ricos- se está tornando también escasa en los pobres, quienes acicateados por una sociedad que les propone solamente valores materiales, viven enfermos de envidia, resentidos, o tratan de compensar sus carencias con el uso de drogas que los vuelven aún más pobres y deshumanizados. Luego, sobreabunda el pecado.

Por otra parte, (atención a la alta probabilidad de ocurrencia) -dada todas la señales, que el hombre común desecha- el mundo se encamina a un colapso económico y financiero sin precedente alguno, ya no en países periféricos de occidente, sino una catastrófe global, que tendrá lugar aún en las primeras potencias del orbe.

Mucho de lo que hoy la gente atesora no será más que papel pintado. Las muchedumbres temerosas buscarán refugio y no lo hallarán. Las circunstancias se harán propicias para que se comiencen guerras, y el poder de los príncipes que adoran a Baal se concentrará aún más.

Ante este panorama, qué debe hacer un peregrino? Su morral y sus escasas viandas no sirven para paliar el hambre de muchos, y no podemos multiplicar los panes por más pena que nos de la muchedumbre.

Es por ello que a los peregrinos nos tocará, de producirse lo pronosticado más arriba, un papel especial: buscar entre la muchedumbre de extraviados hambrientos, aquellos que en su interior hayan conservado la pobreza de espíritu; que practiquen la primera bienaventuranza, pues de ellos es el reino de los cielos.

A ellos principalmente debemos acompañarlos a la Eucaristía, al pan de Vida, para alimentarlos con el mejor antídoto contra Satanás y sus obras.

Para llevar a cabo esta tarea, debemos prepararnos especialmente en la oración diaria y la penitencia.

Nuestro Señor, que gusta de las paradojas, nos ofrece aquí una curiosa: escondido en la forma material de un pan ázimo, se esconde la levadura del Reino de Dios, que hace crecer en los corazones de los hombres que le temen, y que es invisible a los ojos de los soberbios y los incrédulos.

¡El Reino de Dios está cerca, allanad los caminos del Señor!
¡Ven, Señor Jesús!