Los
católicos, en el trajinar de los días, y preocupados por cumplir con
las prácticas religiosas, nos podemos olvidar del corazón de nuestra
religión que es
la fe. Tengamos presente que la fe es lo que da valor a nuestras obras.
El Señor en el Evangelio premia la fe de los que acuden a Él para pedirle algo.
¿Qué podría pasar en nuestra vida y en las vidas de quienes amamos, si tuviéramos una fe absoluta en Dios?
¿Qué ocurriría si creyéramos en Dios contra toda esperanza, a pesar de las apariencias, e incluso de los hechos consumados?
Sería
una fe de “locos”, ¡pero cuánto ama el Señor esta fe ciega y
enloquecida! Los premios que da el Señor a quien tiene una fe de esta
magnitud, son tan desmesurados,
que vale la pena hacer el intento de alcanzar dicha fe.
Porque
la fe es un don de Dios, es una virtud teologal que nos infunde Dios en
el alma en el momento del bautismo. Pero nosotros debemos acrecentar
esa fe y es
también la fe una respuesta personal que damos nosotros, que “queremos”
dar, y ahí ya depende de nosotros.
Entonces
hagamos el propósito, a partir de hoy mismo, de tener esta fe que cree
en la bondad de Dios y en su Providencia amorosa, a pesar de todo lo que
vemos
mal, de todo lo que, incluso, parece ya terminado, perdido para
siempre, liquidado, e imposible.
Nos
puede ayudar a tener esta fe, recordar aquellas palabras que el Ángel
Gabriel le comunicó a María Santísima: “No hay nada imposible para
Dios”. Que se nos
grabe esta frase, esta Verdad, en lo más hondo de nuestro corazón, en
nuestra alma, en nuestra mente, y actuemos en consecuencia, y recemos
influenciados por esta frase, por esta verdad.
A
los católicos nos falta fe. Y quien lo ponga en duda, que mire las
iglesias y los Sagrarios, solitarios ambos. Si hubiera fe, no dejaríamos
tan solo al Señor
Sacramentado, y las funciones litúrgicas estarían abarrotadas de gente.
Aumentemos
nuestra fe, porque de ello depende todo lo que nos suceda a nosotros y a
quienes amamos, y también al mundo entero, en el tiempo y en la
eternidad.
"Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud".
(Santa Teresa de Lisieux)
(Santa Teresa de Lisieux)