viernes, 20 de mayo de 2011

El Camino del Peregrino


"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Juan 14,1-6.

A continuación transcribo parte de la homilía de monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo:

Toda la vida del Señor, fue una manifestación maravillosa de cómo llegar hasta Dios, cómo entrar en su Casa y habitar en su Hogar.
La Persona de Jesús es el icono, la imagen visible del Padre invisible. Y esto es lo que tan provocatorio resultaba a unos y a otros: que pudiera uno allegarse hasta Dios sin alarde de estrategias complicadas, sin exhibición de poderíos, sin arrogancias sabihondas: que Dios fuera tan accesible, que se pudiera llegar a El por caminos en los que podían andar los pequeños, los enfermos, los pobres, los pecadores... Y esto será en definitiva lo que le costará la vida a Jesús.
Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala en una virtud hija de la amenaza y de la mordaza. Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala. Quien cree en Jesús, cree en su Padre. El camino de Jesús, es el camino de la bienaventuranza, el de la verdad, el de la justicia, el de la misericordia y la ternura. Pero tal revelación no se reduce a un manifestar imposibles que nos dejarían tristes por su inalcanzabilidad. Jesús no sólo es el Camino, sino también el Caminante, el que se ha puesto a andar nuestra peregrinación por la vida, vivirlo todo, hasta haberse hecho muerte y dolor abandonado.
Jesús no se limitó a señalarnos “otro camino” sino que nos abrazó en el suyo, y en ese abrazo nos posibilitó andar en bienaventuranzas, en perdón y paz, en luz y verdad, en gracia. El es Camino y Caminante... más grande que todos nuestros tropiezos y caídas, mayor que nuestras muertes y pecados. Los cristianos no somos gente diferente, ni tenemos exención fiscal para la salvación, sino que en medio de nuestras caídas y dificultades, en medio de nuestros errores e incoherencias, queremos caminar por este Camino, adherirnos a esta Verdad, y con-vivir en esta Vida: la de Quien nos abrió el hogar del Padre haciendo de nuestra vida un hogar en la que somos hijos ante Dios y hermanos entre nosotros”.

viernes, 6 de mayo de 2011

El niño peregrino

"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Juan 6,1-15 (Lectura del día)

En el episodio narrado por Juan, acerca de la multiplicación de los panes, mucho se ha pensado y dicho, al punto de que es casi imposible ser original en la meditación, aún cuando el relato por sí mismo presente multitud de facetas.

Sin embargo, nunca he escuchado o leído una meditación centrada en el niño poseedor de los cinco panes.

Evidentemente, este niño no era un niño cualquiera, pues se encontraba en un descampado, lejos de su casa, y pertrechado para lo que pudiera venir. Es decir, tenía comida.

Estuviera solo o en familia, este niño era un niño peregrino.

Había marchado a escuchar y ver a Nuestro Señor, con el corazón henchido por lo que otros, más grandes que él, no pudieron ver: el Mesías en carne y hueso, y aunque no lo entendiera, el Verbo hecho carne.

Este niño peregrino era, evidentemente , prudente, ya que tenía aquello de lo cual la multitud carecía.

Pero era también, como todo niño, inocente, no ingenuo, ya que su gesto de deprendimiento tiene no solamente el mérito de dar de lo suyo, sino la inocencia de dar todo, aunque fuera poco, poquísimo para semejante multitud.

Quiero imaginarme a este pequeño peregrino como alguien que fue capaz de depositar toda su confianza en Jesús, sin importar cuánto era lo que daba. En realidad, como daba todo, su gesto superaba con largueza cualquier número.

La lección del pequeño peregrino:

En pocas palabras, algunas virtudes que cualquier peregrino puede aplicar con provecho haciéndose como aquel niño:

  1. Humildad. Nótese que el pequeño no se dirije directamente a Nuestro Señor, aunque por su cercanía podría haberlo hecho. Elije un Mediador: Andrés.
  2. Desprendimiento. Si bien él estaba bien pertrechado, ofreció darlo todo, a cambio de nada.
  3. Confianza. Desde luego, él no sabía lo que iba a ocurrir y cómo se multiplicaría su comida, sin embargo confió ciegamente en Jesús.
  4. Amor desinteresado por Nuestro Señor y por toda aquella gente carente de un pedazo de pan. Seguramente, como niño peregrino, lejos estaba en su mente respecto del Señor, lo que luego pretendió la multitud: hacerlo rey.