A continuación, una reflexión del Arzopbispo Castrense de España, monseñor Juan del Río Martín:
Nos
encontramos en la “contracultura del ruido”: el silencio se ha
convertido en un bien escaso, costoso y poco apreciado. Benedicto XVI
nos sorprendió en el día de san Francisco de Sales, patrón de los
periodistas, con un original mensaje para la Jornada Mundial de las
Comunicaciones, donde pone de manifiesto que los nuevos
evangelizadores serán buenos comunicadores si saben integrar
“silencio y palabra” como elementos integrantes y necesarios en
el anuncio de la Buena Noticia en la actual cultura mediática.
La
comunicación moderna está saturada de verborrea. En las
innumerables tertulias sobre cualquier tema, los participantes se
pisan unos a otros en el tomar la palabra, la fragmentación del
discurso es patente, y la síntesis final es difícil de hacer o no
interesa a nadie. Como dice el Papa: “el hombre no puede quedar
satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio de opiniones
escépticas y de experiencia de vida”. El cruce de opiniones debe
estar motivado por la búsqueda de la verdad y ello exige el silencio
para discernir lo que es importante de lo que es inútil y
superficial. “Por esto, es necesario crear un ambiente propicio,
casi una especie de ecosistema que
sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.
Eso
mismo es necesario recuperarlo a nivel religioso y litúrgico donde
digamos que “el micro” lo invade todo, ahogando la participación
personal y profunda de cada uno. ¿No se habrá olvidado que el
Concilio nos dice que el silencio es parte de la celebración (SC
30)? A veces, el mismo silencio es la mejor oración y el discurso
más elocuente. Precisamente, la comunicación más válida surge
desde el silencio.
El
silencio es concentración, inmersión en sí mismo, unificación de
todos los niveles del ser, porque desde la dispersión de la propia
persona no se puede decir nada que valga la pena. Hay un silencio
vacío que dice ignorancia, aburrimiento, apatía, miedo, cobardía...
Y hay un silencio fecundo que proclama presencia, apertura, paz,
maduración, espera. De ahí, brota la verdadera comunicación tan
necesaria en la sociedad de la Red. Pero también, en este preciso
reencuentro con el silencio sonoro de la escucha, surge la
experiencia íntima y personal que se llama oración, que no es otra
cosa que entrar en comunicación con Dios.
El
silencio no es sólo callar. No es pasividad, ni indiferencia o
ausencia. No es un sedante psicológico. El silencio es presencia,
acogida, atención, reflexión, resonancia, interiorización del
Misterio, espacio de libertad para la actuación del Espíritu. Para
descubrir la riqueza del silencio es necesario saber callar, saber
escuchar, saber recogerse y hacer vacío, dejar que resuene
interiormente la palabra escuchada o leída, la fascinante imagen
visual o la misma plegaria de la comunidad.
Ahora
bien, para orar no basta callar exteriormente. Es el silencio
interior el que permite entrar en uno mismo, meditar, concentrarse,
de modo que la voz del Espíritu pueda tener plena resonancia en
nosotros. Es mayor estorbo el ruido interior que el exterior, porque
sucede como al caminar: molestan más las piedras dentro del zapato
que las del camino. ¿Qué es el silencio interior? Es un estado del
alma que, de alguna manera, está emparentado con la relajación
anímica que piden los maestros orientales de la meditación y con el
silencio de los sentidos del que hablan los místicos. La autentica
comunicación del predicador o del orante es cuando la palabra nace
de lo profundo de uno mismo. Por ello, es necesario descender a un
nivel bastante más serio que el de la mera formalidad exterior, que
se contenta con repetir unas fórmulas.
Tener
opiniones sobre algo, no es lo mismo que expresar un pensamiento que
requiere la simbiosis de “silencio y palabra” de la que nos habla
el Papa. Así como, decir “oraciones” no es lo mismo que “hacer
oración”. Sólo al que sabe callar le es posible escuchar la voz
del otro y entablar un diálogo auténtico. Moisés dijo al pueblo:
“Guarda silencio y escucha, Israel: y escucharás la voz del Señor
tu Dios” (Dt 27,9). Después del ajetreo de una salida apostólica,
Jesús invitó a sus discípulos al retiro: “Venid, vosotros solos,
aparte, a un lugar solitario, y tomad un poco de reposo” (Mc 6,31).
De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia
de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que
hemos visto y oído”, de que Dios es amor y nos envió su Palabra
de amor y nos sostiene en su Espíritu de amor. ¡Esta es la gran
Noticia que vence al mundo!