sábado, 20 de noviembre de 2010

CHRISTUS REX

Cristo Rey y Señor del Universo

Un peregrino solitario como yo, guarda, sin embargo, una unión moral, íntima y estrechísima, con todos aquellos que participan a diario de la Eucaristía, y en segunda instancia, con todo hombre.

El sacramento nos une al Cuerpo Místico de manera misteriosa y eficaz, otorgando a cada peregrino -a cada hombre- , ya sea en solitario o en muchedumbre, el privilegio de ofrecer al Señor lo único que realmente nos pertenece, (no por derecho, sino por gracia de Su Voluntad divina, toda vez que Él, sostiene en el plano del ser, la libertad humana).

Me refiero a lo que nos es más propio, lo más nuestro e insistencial; nuestra alma, aquello que entregamos con gran gozo como un regalo a su Sacratísimo Corazón.

Pues bien, para un peregrino, además del Rosario de Nuestra Señora, existe otro rosario cuyas cuentas están conformadas por las fiestas y conmemoraciones litúrgicas del año.

En el cómputo espiritual del corazón del peregrino, mientras marcha, cada una de ellas es un misterio digno de ser meditado y aprovechado.

En nuestras manos viajeras, hoy se desliza ya el último domingo del tiempo durante el año: la fiesta de Cristo Rey.

He considerado oportuno traer a la reflexión de los hermanos algunos párrafos de la encíclica Quas Primas, de S.S. Pío XI, por su altísimo valor para iluminar estos tiempos por los que transitamos, que tanto me recuerdan a la higuera que no daba fruto.

1925: de cómo ya asomaba la cabeza el dragón:

23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad.

Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.

Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.

La realeza de Jesucristo

Los cristianos sabemos por las palabras del propio Salvador que el Reino de Dios ya está entre nosotros, pero de tal forma que para la mayoría de los hombres es invisible (tienen ojos para ver, pero no ven). Sin embargo, el texto de la Encíclica esclarece aún más acerca de esta realidad:

Se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie entre todos los nacidosha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Pero también se hace necesario recordar que:

Es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos.

El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo lamentábamosde las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido».

POR TODO LO EXPUESTO, ESTE PEREGRINO QUIERE REAFIRMAR UNA VEZ MÁS LA REALEZA SOCIAL DE CRISTO.

ÉL ES EL ÚNICO REY POR EL CUAL VALE LA PENA SERVIR Y DAR HASTA LA VIDA MISMA: ¡VIVA CRISTO REY!

sábado, 13 de noviembre de 2010

Incluso de los que están de paso.


Tú obras fielmente, al ponerte al servicio de tus hermanos, incluso de los que están de paso”. Epístola III de San Juan 1,5-8

En el camino, a veces encontramos otros peregrinos que están de paso, y han quedado lastimados o golpeados por los hombres y la vida, como el pobre encontrado por el samaritano.

Esos que están de paso, son nuestro prójimo. Acercarnos, ayudarlos; amarlos es deber para el cristiano.

Pero dentro de cada hombre encontrado en el camino hay una incógnita: ¿cómo reaccionarán a nuestra ayuda? Dentro del ser humano existe una oscuridad impenetrable para sus semejantes, que hace que en la práctica, no sepamos a quién estamos ayudando, ni cómo reaccionará.

Sin embargo, en algún momento el modo de cada uno se pone de manifiesto, pues para el que desea amar a su prójimo, se cumple la escritura: Para los buenos brilla una luz en las tinieblas : es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo: Salmo 112(111),1-2.3-4.5-6. Es el propio Dios quien a su debido tiempo revela la naturaleza de quien estamos ayudando.

¿El pobre socorrido por el buen samaritano, habrá agradecido? O si no pudo hacerlo con quien correspondía, ¿lo habrá hecho con otro, ayudándolo a su vez?1

¡Para un peregrino, es todo un humano desafío vaciar sus alforjas y entregarlas a un desconocido!

El Señor nos enseña también que ante cualquier falta del hermano, en este caso, el desagradecido, debemos perdonar setenta veces siete. ¡Ved cuán difícil es ser peregrino en camino hacia la Tierra de los Vivientes!

A veces la marcha por el camino semeja una tarea de titanes, más allá de nuestras fuerzas. A veces a quienes ayudamos, una vez restablecidos, nos tratan de soberbios, o de enfermos paranoicos, como resultado de nuestras acciones.

Otras veces, al contrario, nos devuelven el ciento por uno, inesperadamente.

Más allá de los sentimientos humanos de frustración, desencanto o bien de grata emoción por la retribución no esperada, un peregrino experimentado no deberá perder de vista jamás el fin del Camino.

Allí se cumplirá también la escritura:”Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" San Lucas 18,1-8.

En definitiva, como ya resultará evidente, nada puede un peregrino sin la Fe.
Sí, sin la Fe, pero también las obras.

1Al respecto, véase el tema de la culpa y el perdón en: Romano Guardini Ética,Apartado tercero, Cap. III, ED. BAC

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Lo que realmente es.

Para un peregrino, lo peor que le puede pasar es sufrir un espejismo, experimentar un camino paralelo, llegar a un trecho de piso cenagoso que le impida avanzar.
Al contrario, un peregrino necesita un piso firme en su sendero, para caminar su jornada con el corazón pleno.
El aire, la suavidad del pasto, la fronda de los árboles, las huellas de aquellos que ya pasaron por allí, el rumor del viento, todo nos habla del Dios que sostiene la realidad por medio de un simple acto: pensarnos.
Hubo un peregrino que se ocupó como nadie de estas cuestiones.
En las palabras de Su Santidad, yo también quiero rendirle homenaje a quien fuera su maestro buscando la Verdad desde su sendero.
Lo que sigue es un extracto de la alocución papal en la Fundación Romano Guardini:

En el discurso de agradecimiento con ocasión de la celebración de su 80 cumpleaños, en febrero de 1965 en la Universidad Ludwig-Maximilian de Munich, Guardini describe la tarea de su vida, como él la entendía, como un modo “de interrogarse, en un continuo intercambio espiritual, qué significa una Weltanschauung cristiana" (Stationen und Rückblicke, S. 41). La visión, esta mirada conjunta sobre el mundo, fue para Guardini no una mirada desde el exterior como de un mero objeto de investigación. Él no pretendía tampoco la perspectiva de la historia del espíritu, que examina y pondera cuanto otros han dicho o escrito sobre la forma religiosa de una época. Todos estos puntos de vista eran insuficientes según Guardini. En los apuntes sobre su vida, él afirmaba: “Lo que inmediatamente me interesaba no era la cuestión de lo que alguien dijera sobre la verdad cristiana, sino de qué es lo verdadero" (Berichte über mein Leben, S. 24). Y era este planteamiento de su enseñanza lo que nos impresionó a nosotros los jóvenes, porque nosotros no queríamos conocer un “espectáculo pirotécnico” de las opiniones existentes dentro o fuera de la Cristiandad: nosotros queríamos conocer lo que es. Y allí estaba uno que sin temor y, al mismo tiempo, con toda la seriedad del pensamiento crítico, planteaba esta cuestión y nos ayudaba a pensar juntos. Guardini no quería saber una o muchas cosas, él aspiraba a la verdad de Dios y a la verdad sobre el hombre. El instrumento para acercarse a esta verdad era para él la Weltanschauung – como se la llamaba en aquel tiempo – que se realiza en un intercambio vivo con el mundo y con los hombres. Lo específico cristiano consiste en el hecho de que el hombre se sabe en una relación con Dios que lo precede y a la cual no puede sustraerse. No es nuestro pensar el principio que establece la medida de las cosas, sino Dios que supera nuestra medida y que no puede ser reducido a entidad alguna creada por nosotros. Dios se revela a sí mismo como la verdad, pero esta no es abstracta, sino al contrario, se encuentra en lo concreto-viviente, en fin, en la forma de Jesucristo. Quien sin embargo quiere ver a Jesús, la verdad, debe “invertir la marcha”, debe salir de la autonomía del pensamiento arbitrario hacia la disposición a la escucha, que acoge lo que es.

¡Qué golpe a la auto determinación contemporánea! ¡Qué ariete contra aquellos que piensan que la Verdad revelada va tomando diversas formas culturales de acuerdo a la época!
De cómo la santidad de pocos peregrinos, puede cambiar el mundo. Así sea.