Cristo Rey y Señor del Universo
Un peregrino solitario como yo, guarda, sin embargo, una unión moral, íntima y estrechísima, con todos aquellos que participan a diario de la Eucaristía, y en segunda instancia, con todo hombre.
El sacramento nos une al Cuerpo Místico de manera misteriosa y eficaz, otorgando a cada peregrino -a cada hombre- , ya sea en solitario o en muchedumbre, el privilegio de ofrecer al Señor lo único que realmente nos pertenece, (no por derecho, sino por gracia de Su Voluntad divina, toda vez que Él, sostiene en el plano del ser, la libertad humana).
Me refiero a lo que nos es más propio, lo más nuestro e insistencial; nuestra alma, aquello que entregamos con gran gozo como un regalo a su Sacratísimo Corazón.
Pues bien, para un peregrino, además del Rosario de Nuestra Señora, existe otro rosario cuyas cuentas están conformadas por las fiestas y conmemoraciones litúrgicas del año.
En el cómputo espiritual del corazón del peregrino, mientras marcha, cada una de ellas es un misterio digno de ser meditado y aprovechado.
En nuestras manos viajeras, hoy se desliza ya el último domingo del tiempo durante el año: la fiesta de Cristo Rey.
He considerado oportuno traer a la reflexión de los hermanos algunos párrafos de la encíclica Quas Primas, de S.S. Pío XI, por su altísimo valor para iluminar estos tiempos por los que transitamos, que tanto me recuerdan a la higuera que no daba fruto.
1925: de cómo ya asomaba la cabeza el dragón:
23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad.
Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.
24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.
La realeza de Jesucristo
Los cristianos sabemos por las palabras del propio Salvador que el Reino de Dios ya está entre nosotros, pero de tal forma que para la mayoría de los hombres es invisible (tienen ojos para ver, pero no ven). Sin embargo, el texto de la Encíclica esclarece aún más acerca de esta realidad:
Se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.
Pero también se hace necesario recordar que:
Es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos.
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido».
POR TODO LO EXPUESTO, ESTE PEREGRINO QUIERE REAFIRMAR UNA VEZ MÁS LA REALEZA SOCIAL DE CRISTO.
ÉL ES EL ÚNICO REY POR EL CUAL VALE LA PENA SERVIR Y DAR HASTA LA VIDA MISMA: ¡VIVA CRISTO REY!