Mis pies en la sangre del camino, II
Continúo aquí con mis reflexiones acerca de los mártires o testigos, inauguradas en el post anterior.
El título del presente proviene del Salmo 115,2, “non nobis Domine, non nobis sed nomine tuo da gloriam” cuya versión castellana dice:
-No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria; por tu misericordia, por tu verdad.
-Por qué dirán los gentiles: ¿Dónde está ahora su Dios?
Este sarcasmo que se escucha desde el fondo de la historia, de aquel mismo momento en que tuvo lugar el sacrificio de Nuestro Señor, es igual al proferido por los ejecutores de los mártires de hoy.
Equivale a decir: ¿ves cómo te equivocas? Nadie viene a salvarte. No existe tal Dios. Morirás por nada. Yo tengo razón, y soy el que ve y conoce realmente cómo son las cosas.
Y sin embargo, la respuesta ya está explícita al comienzo del salmo, pues el mártir es un testigo del Dios verdadero, al que reconoce como el dador de toda vida, honor y gloria.
Y Dios Todopoderoso hace que la sangre de esos Testigos sea realmente fecunda en el camino de la Iglesia peregrina, idea no muy bien entendida hoy día por algunos, como cuando se lee la homilía de un primado latinoamericano que dice: querer ser mártir está muy bien, pero no es cosa de apresurarse (Dicho en el día de San Sebastián).
El jueves 27 de enero fue la festividad de Santa Juana de Arco, la Doncella de Orleáns.
Mártir de Cristo, es decir, testigo de Nuestro Señor.
De ella predicó el santo Padre, diciendo:
“el Nombre de Jesús, invocado por nuestra santa hasta los últimos instantes de su vida terrena, fue como la respiración de su alma, como el latido de su corazón, el centro de toda su vida”.
“Comprendió que el Amor abraza toda la realidad de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. Jesús siempre estuvo en primer lugar durante toda su vida, según su bella afirmación: Nuestro Señor es servido el primero”.
Juana veía a Jesús como el “Rey del Cielo y de la Tierra”, y en su estandarte “Juana hizo pintar la imagen de Nuestro Señor que sostiene el mundo, icono de su misión política”.
Esto es lo que recogieron los medios, aún la agencia Zenith: El Papa puso a Juana de Arco como ejemplo para los políticos.
¡Que desafortunado remate el de la última frase! Si hay algo que Jeanne d'Arc nunca fue, es una política!Sin duda el Santo Padre se haya referido de ese modo al testimonio de amor y fidelidad a la Iglesia que ella brindó frente a las intrigas políticas eclesiásticas: el infame obispo borgoñés Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad un proceso enteramente conducido por un nutrido grupo de teólogos de la célebre Universidad de París, que participan como asesores. “Son eclesiásticos franceses, que habiendo tomado la decisión política opuesta a la de Juana, tienen a priori un juicio negativo sobre su persona y sobre su misión. Este proceso es una página conmovedora de la historia de la santidad y también una página iluminadora sobre el misterio de la Iglesia, que, según las palabras del Concilio Vaticano II, es “al mismo tiempo santa y siempre necesitada de purificación” (LG, 8). Es el encuentro dramático entre esta Santa y sus jueces, que son eclesiásticos. Juana es acusada y juzgada por estos, hasta ser condenada como hereje y mandada a la muerte terrible de la hoguera. A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y el beato Duns Scoto, de quienes he hablado en algunas catequesis, estos jueces son teólogos a los que faltan la caridad y la humildad de ver en esta joven la acción de Dios. Vienen a la mente las palabras de Jesús según las cuales los misterios de Dios se revelan a quien tiene el corazón de los pequeños, mientras que permanecen escondidos a los doctos y sabios que no tienen humildad (cfr Lc10,21). Así, los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma: no sabían que condenaban a una Santa.”
Agrego yo: sus carceleros eran soldados ingleses, fue confinada en una prisión seglar, no eclesiástica y privada de escuchar misa y de la eucaristía.
Lo curioso es que le cupo a un Papa español, Calixto III, casi 25 años más tarde de su martirio, abrir bajo su autoridad el Processo di Nullità, que concluye con una solemne sentencia que declara nula la condena (7 de julio de 1456; PNul,II, p 604-610). Este largo proceso, que recoge la declaración de testigos y juicios de muchos teólogos, todos favorables a Juana, pone de relieve su inocencia y su perfecta fidelidad a la Iglesia. Juana de Arco fue canonizada en 1920 por Benedicto XV.
Dos reflexiones para terminar este post:La primera lleva mi pensamiento a considerar a cuántos sacerdotes y religiosos -soldados rasos de la Iglesia- les ha tocado vivir un martirio a manos de sus superiores, aún sin tener que morir en la hoguera, e igualmente obedecer y fortalecer su fidelidad a la Santa Iglesia. Yo he conocido personalmente a algunos de ellos, que podrían decir con propiedad: non nobis, Domine!
La segunda, más poética, es el recuerdo leído del Padre Castellani en mis años mozos:CANCIÓN DEL AMOR PATRIO.
De Paul Verlaine, traducción del Padre Leonardo Castellani
Amar la patria es el amor primero
y es el postrero amor después de Dios;
y si es crucificado y verdadero,
ya son un solo amor, ya no son dos.
Amar la patria hasta jugarse entero,
del puro patrio Bien Común en pos,
y afrontar marejada y viento fiero:
eso se inscribe al crédito de Dios.
Dios el que no se ve, Dios insondable;
de todo lo que es Bien, oscuro abismo,
sólo visible por oscura Fe.
No puede amar, por mucho que d'Él hable
del fondo de su, gélido egoísmo,
quien no es capaz de amar ni lo que ve.
De Paul Verlaine, traducción del Padre Leonardo Castellani
Amar la patria es el amor primero
y es el postrero amor después de Dios;
y si es crucificado y verdadero,
ya son un solo amor, ya no son dos.
Amar la patria hasta jugarse entero,
del puro patrio Bien Común en pos,
y afrontar marejada y viento fiero:
eso se inscribe al crédito de Dios.
Dios el que no se ve, Dios insondable;
de todo lo que es Bien, oscuro abismo,
sólo visible por oscura Fe.
No puede amar, por mucho que d'Él hable
del fondo de su, gélido egoísmo,
quien no es capaz de amar ni lo que ve.