Diariamente, durante la semana, tengo por costumbre asistir por la tarde a la iglesia adyacente al Monasterio de Santa Catalina de Siena ( uno de los más antiguos de Buenos Aires, 1745) para recibir allí la eucaristía en una pequeña ceremonia, pues no hay misa vespertina.
Este viernes (ya me habían sorprendido otras veces tan gratamente), además de la santa misa, se administraba el bautismo, primera comunión y el sacramento de la confirmación a siete personas adultas: un varón y seis mujeres.
Siete nuevos peregrinos en la ruta a la Tierra de los Vivientes. ¡Qué alegría sintió mi corazón por ellos!
Sin embargo, no pude menos que pensar en aquellos otros desventurados que pasan por los centros de apostasía, en España (tan luego) y en otros lugares!
Por supuesto que con tanta emoción, y aún con toda la preparación impartida, sus rostros denotaban el mismo sentimiento que debe haber tenido Abraham:
“Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de
recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra Prometida, como en tierra extraña, habitando en tiendas de campaña, lo mismo que Isaac y Jacob…” (Hebreos 11, 8-9).
El sacerdote que oficiaba, hombre de gran intelectualidad, siempre gusta de enfatizar lo primordial del tema de la Fe, y así lo hizo también en esta oportunidad, recordando que Jesús no hacía milagros donde no encontraba Fe.
No es el caso aquí de polemizar sobre una cuestión sobre la cual ya ha quedado todo perfectamente claro desde la Contrarreforma hasta el día de hoy: como lo decía en otro post, la Fe, sí, pero no sin las obras.
Me interesa mucho más destacar la virtud de la Fe vista desde la perspectiva de un punto de partida para cualquier caminante que ha sido llamado. No sabe dónde, a menudo ni siquiera cómo, pero que ha respondido a ese llamado.
Este primer paso, esta respuesta, de por sí, ya entra en la categoría “obras”: habla Señor, que tu siervo escucha : I Samuel 3,10
Por supuesto que para estos nuevos siete peregrinos se abre ahora un período espiritual de “luna de miel”, por esta unión espiritual que han experimentado.
¿Qué rumbo tomará cada uno, luego de que este estado de embelesamiento se pase?
¿Recordarán acaso y a menudo la Escritura? elegit nos in ipso ante mundi constitutionem ut essemus sancti (Eph I, 4). Nos ha escogido, desde antes de la constitución del mundo, para que seamos santos.
¿Cuántas obras deberán realizar? ¿Cuántas otras quedarán inconclusas o quizás nonatas en el camino?
Al pensar todo esto, se me ha ocurrido que (por supuesto, además de la asistencia de N.S. Jesucristo y su Santa Madre), cada peregrino debería elegir, al menos figuradamente, un consejero de camino.
Alguien que ve la realidad, lo que es, no como en un espejo. Alguien que mora en la Tierra de los Vivientes y pueda interceder por nos.
Yo, que en estas cosas me confieso ambicioso, buscaría la compañía de varios santos y santas de mi devoción particular.
Pero si se me dijera que sólo se me permite uno, escogería sin dudar a San Miguel.
Es por eso que, cerrando ya esta breve nota, rezo al Santo Arcángel por los siete nuevos peregrinos:
Sancte Michael Archangele, defende nos in praelio. Contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium. Imperet illi Deus, supplices deprecamur. Tuque princeps militiae caelestis, Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo divina virtute in infernum detrude. Amen.
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sed nuestro amparo contra la maldad y acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén
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