viernes, 2 de diciembre de 2011

Los pobres en el camino del peregrino

Ya ha finalizado el año litúrgico con la gran fiesta de Cristo Rey, recordándonos una vez más, hacia donde se encuentra el fin del camino del peregrino, es decir la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores.

Comenzamos el tiempo de adviento, de espera y penitencia, que culmina en Navidad con la conmemoración de la primera venida del Verbo Encarnado.

Entre el final del drama cósmico y la derrota definitiva de Satanás y todos sus ángeles, y el nacimiento de un pobre Niño en el portal de Belén, hay un hilo conductor que une ambos extremos, una constante que se repite vez tras vez en la Buena Nueva: la pobreza.

Bienaventurados los pobres de espíritu, nos dice Jesús en el Sermón de la Montaña.
En el retorno del Rey, Él dirá: ¿tuve hambre, y me diste de comer? Y separará a la humanidad a izquierda y derecha. Os aseguro que no os conozco, dirá a los avaros.

Pareciera que el Señor tiene predilección por los pobres de cualquier clase.

Los peregrinos sabemos que en el camino encontramos toda clase de pobres: aquellos faltos del alimento material, otros a quienes la Buena Nueva todavía no llegó, y aquellos pobres faltos de lo principal de cada día: la Eucaristía, por propia culpa, por ignorancia, o por imposibilidad de acceder a ella. Y a continuación, una clase especial de pobres, los predilectos a quienes Jesús sin duda llama.

Es que en realidad el Señor prefiere a los que se han despojado de todo para seguirlo, aquellos otros pobres que han elegido dejar atrás sus ataduras.

Por desgracia, hoy día en el mundo es sumamente fácil encontrar muchedumbres hambrientas de pan. Pero no es tan fácil encontrar pobres de espíritu.

La pobreza de espíritu -rara en los ricos- se está tornando también escasa en los pobres, quienes acicateados por una sociedad que les propone solamente valores materiales, viven enfermos de envidia, resentidos, o tratan de compensar sus carencias con el uso de drogas que los vuelven aún más pobres y deshumanizados. Luego, sobreabunda el pecado.

Por otra parte, (atención a la alta probabilidad de ocurrencia) -dada todas la señales, que el hombre común desecha- el mundo se encamina a un colapso económico y financiero sin precedente alguno, ya no en países periféricos de occidente, sino una catastrófe global, que tendrá lugar aún en las primeras potencias del orbe.

Mucho de lo que hoy la gente atesora no será más que papel pintado. Las muchedumbres temerosas buscarán refugio y no lo hallarán. Las circunstancias se harán propicias para que se comiencen guerras, y el poder de los príncipes que adoran a Baal se concentrará aún más.

Ante este panorama, qué debe hacer un peregrino? Su morral y sus escasas viandas no sirven para paliar el hambre de muchos, y no podemos multiplicar los panes por más pena que nos de la muchedumbre.

Es por ello que a los peregrinos nos tocará, de producirse lo pronosticado más arriba, un papel especial: buscar entre la muchedumbre de extraviados hambrientos, aquellos que en su interior hayan conservado la pobreza de espíritu; que practiquen la primera bienaventuranza, pues de ellos es el reino de los cielos.

A ellos principalmente debemos acompañarlos a la Eucaristía, al pan de Vida, para alimentarlos con el mejor antídoto contra Satanás y sus obras.

Para llevar a cabo esta tarea, debemos prepararnos especialmente en la oración diaria y la penitencia.

Nuestro Señor, que gusta de las paradojas, nos ofrece aquí una curiosa: escondido en la forma material de un pan ázimo, se esconde la levadura del Reino de Dios, que hace crecer en los corazones de los hombres que le temen, y que es invisible a los ojos de los soberbios y los incrédulos.

¡El Reino de Dios está cerca, allanad los caminos del Señor!
¡Ven, Señor Jesús!

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