Cuando al Siddharta de Herman Hesse le preguntaban qué sabía hacer, él contestaba:
-Yo sé ayunar, sé meditar y sé esperar.
-Yo sé ayunar, sé meditar y sé esperar.
Cualidades útiles para cualquier peregrino, aún para el príncipe Gautama, quien no sabía hacia dónde se encaminaba.
Desde el punto de vista de un peregrino cristiano, existe numerosa literatura sobre el ayuno, así como de la meditación, oración, y por cierto de la virtud de la Esperanza.
¿Qué podría agregar yo, desde mi propio camino, caminado a medias?
¡Cuántas veces me he caído, arrastrado, levantado o corrido por este mi sendero!
Hablemos del ayuno.
Mi abuelo, que se decía ateo y era un buen señor (como el anarquista descripto por Conrado Nalé Roxlo) siempre me decía: “debes levantarte de la mesa con apetito”.
Mi abuelo hasta el final de sus días fue Señor de su cuerpo. A su manera sencilla, de basko viejo, ya cuando las piernas no le respondían bien, tomaba una varita y las castigaba, como si estas fueran un animal obstinado, diferente de él mismo, de su unidad cuerpo-alma.
“Piernas de porquería, me llevarán a donde yo quiero” exclamaba, porfiado.
Es por eso que para mí, el concepto de ayuno, de privación voluntaria, estuvo asociado tempranamente con el Señorío de uno mismo, más que con la mortificación cristiana, concepto adquirido mucho después.
Creo que un concepto no se contrapone con el otro, pues solamente se es libre en el camino, cuando uno puede dejar todo atrás.
A veces les pregunto a mis alumnos:
-si tuvieran que partir esta noche sin llevar nada: ¿podrían hacerlo?
¿No?, Claro, pues tienen afectos, obligaciones, empleos, posesiones.
Es comprensible no poder hacerlo.
Pero entonces -retruco: ustedes no son libres.
El ayuno provee la condición esencial para ser libre. Pero también nos abaja, nos convierte a la humildad, pues pronto descubre uno que nada de lo que creemos poseer es nuestro, y lo que es más: se descubre que en el camino nada hay permanente. Hoy tienes, mañana no. Si tienes en abundancia, levántate de tu mesa con apetito.
En realidad para ser un buen peregrino, el único deseo que debes -y puedes- permitirte siempre es el del pan del camino, la Eucaristía.
Por eso, para peregrinar, le basta a cada día su propio afán. Allí se encuentra el ideal del Salmo 37:
“Encomienda tu suerte al Señor, confía en él, y él hará su obra”
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